21 de septiembre de 2015

SALVADOS DE LA HORCA


John Lee (1866-1933) era un asesino y ratero que con diecinueve años sobrevivió a tres intentos de que un verdugo le ahorcase. El verdugo, James Berry de Yorkshire no pudo abrir la compuerta, antes de cada intento la había abierto.

James había sido policía, un día decidió hacerse verdugo, y con el tiempo se convirtió en un gran profesional colgado a ciento treinta condenados. Muchas noches soñaba que un condenado no podía ser ahorcado porque la trampilla fallaba.

La noche antes de la ejecución John Lee, soñó que no le podían colgar, porque no se abría la trampilla. Después de hacerse realidad el sueño de ambos, a John le fue conmutada la pena de muerte. Fue liberado en 1907.

Joseph Samuels, fue ahorcado dos veces. En la primera se rompió la soga. La segunda vez, todo funcionó muy bien, pero el condenado se negó a dejar de respirar y sus vértebras no se rompieron. Se quedó tambaleándose un buen rato. La condena fue conmutada por la libertad.

En el año 1802, Mariano Coronado, un soldado del Regimiento de Infantería de la Corona, de guarnición en Valladolid, fue condenado por un tribunal militar a la pena capital por robo con homicidio. Para cumplir la pena, se preparó en la Plaza Mayor de Valladolid para ahorcarlo.

Una mañana se llevó a cabo la ejecución. Pensando que había muerto, se bajo su cuerpo del cadalso y las Hermanas de la Caridad se hicieron cargo de él. De camino al depósito de cadáveres, una de las monjas vio cómo el cadáver movía una mano. Las religiosas decidieron cuidarlo, y gracias a eso el soldado volvió a la vida.

En ese momento llego la duda: que iban a hacer con él. Después de pensarlo y consultarlo con el rey, se decidió que el condenado había cumplido con la justicia. Había sido condenado a la horca y lo habían ahorcado, por lo que la pena estaba cumplida. Mariano Coronado fue dejado en libertad, pero expulsado de la ciudad.

El verdugo fue procesado, por considerar que podía ser culpable de que el condenado estuviera vivo. Al final el juez dictaminó que había hecho bien su trabajo y que la culpa de lo sucedido estaba en haberlo bajado demasiado pronto de la horca.

El soldado, mientras tanto, había vuelto a Valladolid, para vengarse de una antigua novia que le había traicionado. La justicia le volvió a apresar. Lo volvieron a desterrar, fue enviado a Vigo y allí embarcado con destino a Puerto Rico, donde nunca más se supo de él.

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