La apertura de la boca era la ceremonia más importante de los ritos funerarios en el Antiguo Egipto. Con este ritual se pretendía que el difunto pudiera hablar, observar e incluso mantener relaciones sexuales.
Creían que entonces el alma del muerto terminaba de errar por el inframundo y emprender su viaje al Más Allá, y así dejaba el mundo de los vivos para siempre.
Se utilizaba un instrumento llamado Peseshekef, que era de sílex y tenía forma de gancho para abrir la boca, y un bastón con cabeza de carnero o serpiente (Nechereti).
Lo realizaban el sacerdote funerario y el sacerdote lector, aunque eran ayudados por otros sacerdotes, que representaban a los hijos o los amigos del difunto.
Las plañideras también tenían un papel fundamental, permanecían junto a la momia hasta el último momento.
El procedimiento era el siguiente; al llegar a la necrópolis, en la entrada, la momia o una estatua de ella, se colocaba mirando al sur. Se hacía una purificación con incienso, natrón y agua, y el sacerdote funerario, realizaba la purificación del cadáver.
Seguidamente se entregaba al difunto un corazón y una pata de toro, como garantía de vida, y era cuando se hacía la apertura de la boca y de los ojos.
La ceremonia terminaba cuando creían que el difunto había consumido a través de su alma la esencia de las ofrendas.
Los sacerdotes se retiraban y los vivos celebraban con una comida la fecundidad sobre la tierra y el fin del duelo.
Creían que entonces el alma del muerto terminaba de errar por el inframundo y emprender su viaje al Más Allá, y así dejaba el mundo de los vivos para siempre.
Se utilizaba un instrumento llamado Peseshekef, que era de sílex y tenía forma de gancho para abrir la boca, y un bastón con cabeza de carnero o serpiente (Nechereti).
Lo realizaban el sacerdote funerario y el sacerdote lector, aunque eran ayudados por otros sacerdotes, que representaban a los hijos o los amigos del difunto.
Las plañideras también tenían un papel fundamental, permanecían junto a la momia hasta el último momento.
El procedimiento era el siguiente; al llegar a la necrópolis, en la entrada, la momia o una estatua de ella, se colocaba mirando al sur. Se hacía una purificación con incienso, natrón y agua, y el sacerdote funerario, realizaba la purificación del cadáver.
Seguidamente se entregaba al difunto un corazón y una pata de toro, como garantía de vida, y era cuando se hacía la apertura de la boca y de los ojos.
La ceremonia terminaba cuando creían que el difunto había consumido a través de su alma la esencia de las ofrendas.
Los sacerdotes se retiraban y los vivos celebraban con una comida la fecundidad sobre la tierra y el fin del duelo.
Al cabo de setenta días el equilibrio del mundo se restablecía.