Benjamín Ward Richardson (1828-1896), en un momento de su
vida, estaba obsesionado con la búsqueda de un remedio para controlar el dolor.
Un día decidió descansar de su agobio y, acudió con su esposa a un baile. Salió
a bailar con una muchacha, y ésta le sopló en la frente con un pequeño tubo,
con agua de colonia dentro. El doctor se sorprendió al notar el líquido, tuvo
una gran sensación de frío en la frente.
Eso le hizo pensar. Al día siguiente, en el laboratorio se
dedico a estudiar los efectos que producía sobre la piel la rápida vaporización
de distintos líquidos volátiles, logrando una insensibilidad local congelando
la zona de piel con un ligero chorrito de éter.
Así descubrió la anestesia local farmacológica (1867). Su
técnica fue la única conocida hasta la aparición de la cocaína como anestésico
local en 1184.
El anestésico local también forma parte de esas casualidades
médicas. Anteriormente a su descubrimiento, en 1860, Andean Niemann aisló la
cocaína, el principio activo de las hojas de la coca, ya se sabía de la
insensibilidad provocada por su inyección hipodérmica.
Hasta un cuarto de siglo después, se ignoró su acción local.
Sigmund Freud tenía unos gramos de cocaína cristalizada, y cuando a un colega
suyo, Ernst von Fleischl, le recetaron tintura de opio para el dolor, después
de amputarle el dedo pulgar, le aconsejó que tomara la cocaína en lugar de
opio, además invitó a otro colega, Karl Koller, a que participara en el
experimento.
Freud pensaba que la cocaína además de servir para aliviar
los dolores, también iría muy bien para las depresiones, psicosis o los estados
maniacos. Menos mal que enseguida se descubrió el efecto adictivo de la
cocaína, y abandono esas ideas.
Koller, que era oftalmólogo, decidió aplicar la cocaína
diluida en los trastornos oculares dolorosos como el tracoma o la iritis,
alcanzado un gran prestigio por ello. Además amplió el campo de los anestésicos
locales que había iniciado el doctor Richardson.
En 1844, el profesor Gadner Colton (1814-1898) organizó un
espectáculo en Connecticut. Casualmente asistió el odontólogo Horace Wells
(1815-1848) y un amigo, Samuel Cooley. En ese espectáculo se dio a conocer el
peróxido de nitrógeno (gas de la risa) y comenzó su aplicación como anestésico.
Colton pidió voluntarios para probar el gas y Cooley se
ofreció para el experimento, su reacción fue muy violenta, peleando y chillando
como un loco. Después de esa pelea, Wells vio un charco de sangre y descubrió
que su amigo, el doctor, tenía una profunda herida en la pierna y Cooley no se
había ni dado cuenta debido a los efectos del gas.
Wells comenzó a investigar la posible aplicación del gas en
odontología, pidiendo a un colega que le extrajera una muela picada bajo los
efectos del óxido nitroso. No notó nada. De esa manera se abrió el campo de la
anestesiología en la odontología.
Cuando Horace Wells quiso hacer una demostración pública en
el Hospital General de Massachusetts, en Boston, los nervios y la excitación le
llevaron a realizar la extracción antes de que hiciera efecto el gas, por lo
que el paciente lanzó grandes alaridos y Wells fue abucheado.
Eso le llevó al abandono de su profesión y acabo
suicidándose en 1848. Eso no fue problema para que fuera considerado, por las
asociaciones médicas americanas, como el descubridor de la anestesia en Estados
Unidos.