Richard Ford (1785-1858) fue un hombre de gran cultura. Viajero incansable, recorrió España durante varios años, tomando apuntes y notas sobre usos y costumbres de la época, que se convirtió en el libro “Cosas de España”. Fue el primer hispanófilo extranjero.
Sobre las posadas en España escribió:
"El alojamiento genuinamente español es
la posada, que seguramente quiere decir casa de reposo para después de las fatigas de una jornada. Hablando en puridad,
el posadero sólo está obligado a dar alojamiento, sal y medios para guisar lo
que el viajero lleve consigo o compre, y, en este sentido, difiere de la fonda,
en donde procuran comida y bebida.
La posada sólo puede compararse con su
modelo el Khan de oriente, pero en modo alguno con las hospederías
europeas. Si los viajeros, y especialmente los ingleses, se hicieran cargo de
esto se ahorrarían mucho tiempo, mucho trabajo y muchos desengaños, y no se expondrían
a perder la paciencia y a tener un disgusto.
Ningún español se molesta por no encontrar comodidades ni por que no se
ocupen de él. Y, a pesar de que en otras ocasiones, a la menor afrenta
personal, su sangre arde sin necesidad de fuego, toma estas cosas fríamente,
como rara vez lo hace el extranjero. Al igual de los orientales, no espera encontrar
nada, y, por lo tanto, nunca es una sorpresa para él el tenerse que conformar
con lo que lleve consigo. Reserva su estupefacción para cuando encuentra algo
preparado, lo cual considera una bendición de Dios. Como
la mayoría de los viajeros llevan provisiones, la incertidumbre de la demanda hace que
los posaderos se abstengan de llenar su despensa de géneros que se estropean
con facilidad; además, antiguamente, por privilegios locales completamente absurdos, les estaba
prohibido vender a los viajeros cosas de comer y beber, pues los señores o
propietarios de las ciudades o pueblos tenían tiendas en las que ejercían el
monopolio de tales artículos.
Todos estos inconvenientes son mayores
en el papel que en la práctica, porque donde quiera que las leyes están en
completa oposición con el sentido común y con el beneficio público,
prácticamente se neutralizan, eludiendo el cumplirlos, cosa que se consigue sin
gran dificultad.
Por lo tanto, si el posadero no tiene
nada en casa precisamente, sabe dónde puede encontrarlo. Se debe pagar una
cantidad diaria por alojamiento, servicio y preparación de alimentos: esto se
llama el ruido de la casa, pareja del antiguo incommodo della casa italiana,
y es una indemnización al patrón por las molestias que se le puedan ocasionar
con el ruido, y no puede haberse elegido palabra más propia para expresar el
espantoso estrépito de mulas, arrieros, cánticos, bailes y risas, el polvo y la
marimorena que arman los hombres y los animales españoles.
El viajero inglés, que, probablemente,
será quien haya pagado más por el ruido, es por lo general la persona más tranquila
de la casa y tendría derecho a reclamar una indemnización por las injurias
hechas a sus órganos acústicos si siguiera el sistema del soldado turco, que
obliga a su anfitrión a pagarle una cantidad para compensarle del daño que
sufrieron sus muelas al masticar manjares ordinarios".