En la primavera de 1764, una señora es atacada cerca de Langogne por una bestia que ahuyentan sus bueyes. Poco tiempo después, se descubre el cadáver de una niña de catorce años. Estas víctimas son las primeras de una larga lista.
Según los testigos, esa bestia responsable de las muertes no era un lobo, sino una enorme bestia con una enorme cabeza, costados rojizos, una raya negra sobre el lomo y una cola tupida. Los ataques se siguen produciendo, especialmente a niños. Un joven pastor ve de pronto que la bestia se abalanza sobre él. Tiene el bajo vientre destrozado y muere a los pocos minutos.
Una niña, que se dirige sola a las dehesas bajo la mirada de su madre, es atacada por la bestia. Su madre y sus hermanos corren a ayudarla, cuando llegan al lugar, el cadáver está irreconocible, el vientre revuelto, la piel del cráneo arrancado, y el rostro dado la vuelta.
Después de aterrorizar a la población de Gévaudan y el Vivarais, la bestia llega al Aubrac y a la Margeride, donde continúan sus asesinatos. Las batidas de los soldados no dan ningún resultado. Llegan dos cazadores de lobos venidos de Normandía, sin efecto ninguno.
El rey Luis XV, envía a su teniente de cacerías Antoine de Beauterne a matar al animal. En septiembre de 1765, cerca de Sainte-Marie-des-Chazes, mata al animal, un lobo enorme, que es disecado y llevado a la Corte. La piel parece que se conservó durante un tiempo en el Museo de París.
Poco después los asesinatos recomienzan. Se organizan nuevas batidas. En 1757 se mata a otro lobo con un comportamiento muy extraño: en el momento en que el cazador le apunto, el animal se detuvo y no intentó huir. Lo mató y los asesinatos se detuvieron.
Según fuentes oficiales, la bestia mató a 100 personas, en su mayoría mujeres y niños, hirió a otras 30 durante los tres años que estuvo matando.