LA NAVEGACIÓN EN EL SIGLO XV
Cuando recorría costas nuevas, tomaba la latitud en tierra y la reflejaba en el mapa para en adelante otros pudieran estimar su ruta con exactitud. Un buen navegante, mezcla de experiencia y sentido de la orientación, era capaz de estimar su rumbo con una precisión sorprendente. No solía equivocarse más de un 5% en travesías largas, salvo que sufriera alguna tormenta y se despistara.
La brújula era una pieza insustituible, depositada en una caja rectangular (bitácora) y asegurada en cubierta, que volvía siempre su punta hacia el Norte. Cada vez que esta aguja mostraba poca inclinación a buscar el norte era remagnetizada con una piedra imán que todo capitán cuidaba como su propia vida. la brújula llevaba incorporada una placa circular con la rosa de los vientos (32 divididos en vientos, medios vientos y cuartas).
El cálculo de la velocidad de un navío lo hacían a ojo observando la estela que dejaba el barco, las algas que flotaban inmóviles en el agua o la costa. Echar punto o cartear era una de las operaciones más delicadas para un navegante. Conocidos el rumbo seguido y la distancia recorrida, podían marcar el punto a que habían llegado sobre la carta de navegación. Esta operación exigía manejar regla y compás.
La ampolleta o reloj de arena era el único instrumento para medir el tiempo en el barco. El tiempo que tardaba la arena en caer era de treinta minutos, y un grumete se encargaba de darle la vuelta.
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