El espectáculo comenzaba con el desfile de los gladiadores, los condenados y las fieras enjauladas. A continuación se procedía al sorteo para componer las parejas que iban a combatir teniendo en cuenta la veteranía de los gladiadores.
El editor supervisaba el sorteo y comprobaba el estado de las armas utilizadas en el combate. Mientras, los gladiadores dedicaban su tiempo a calentar sobre la arena con armas sin filo, seguidamente se les entregaban las armas reales, y el sonido de las trompetas indicaba que el espectáculo comenzaba.
La lucha finalizaba con un gladiador desarmado o herido y levantando un dedo de la mano izquierda en señal de rendición y solicitando clemencia. El público tomaba la palabra; si levantaban la mano agitando un pañuelo significaba clemencia, el dedo pulgar girado, muerte. La sentencia la firmaba el editor.
El golpe decisivo para los combatientes postrados boca abajo en la arena, penetraba por el omóplato hasta alcanzar el corazón. Los que se tenían en pie, debían hundir la rodilla en la arena a la espera de la sentencia. El vencedor atrapaba la cabeza del derrotado bajo la barbilla. En ocasiones, la espada penetraba en el cuello y el gladiador moría.
El cadáver pasaba al poder de los dioses. Un servidor vestido de Hermes portaba un caduceo (bastón de este dios) hecho de metal y al rojo vivo, que aplicaba en la carne del gladiador tendido para verificar su muerte. Otro servidor vestido de Caronte (encargado de llevar las almas al infierno) tomaba posesión simbólicamente del muerto golpeándolo con una maza.