UNA HISTORIA DE RAMSÉS II
Ramsés II tuvo que enfrentarse a un asunto delicado hacia el año 30 de su reinado, coincidiendo con su primer jubileo.
Un director poco escrupuloso de los almacenes de varios templos de la orilla izquierda de Tebas se había acostumbrado a retener para su propio beneficio, regularmente, una parte de los bienes destinados a los dioses y a los cultos a los antiguos reyes.
Los hurtos no eran pequeños. Gracias a la contabilidad que llevaba a cabo en su casa el deshonesto funcionario, se pudo establecer una lista de lo robado; algunos cientos de vestidos de lino, multitud de pares de sandalias de cuero, gran cantidad de lingotes, herramientas y calderería de cobre, 30 carros equipados, ganado (30 toros, 10 cabras y 30 ocas), 5 jarras de vino y 20.000 sacos de grano.
Este hombre, nombrado inspector de los rebaños en las tierras de pasto de los “Confines” (del Delta), dejó en Tebas mujer e hija y, sin vergüenza alguna, continuó con sus tejemanejes.
En ese momento un simple escriba llamado Hatiay, testigo de lo que sucedía, denunció a las mujeres que frecuentaban los almacenes a espaldas de los inspectores.
El ostracon (fragmento de caliza), que relata esta historia, cuenta como sigue la historia: interrogada, la esposa responde que puede entrar en los depósitos dado que su marido era el administrador, se cita a este, quien se defiende con aplomo al tiempo que jura que las mercancías que sustrajo y que se encontraron en la casa de su padre habían sido requisadas por los policías, que éstos ya se habían comportado de manera injusta con él y que los denunciaría. Incluso alegó que pensaba dirigirse directamente al faraón con ocasión del jubileo.
El caso pasó a la corte. Ramsés II demostró tomarse el asunto muy en serio, y asignó a su hijo para que actuara de juez.
No se sabe el final, pues el ostracon, se detiene en ese punto.
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