Parece ser que Cayo Julio César fue muy dado a la incontinencia y espléndido para conseguir los placeres sexuales de las mujeres, para ello sedujo a un gran número de mujeres de alto rango, entre ellas a Postumia, esposa de Servio Sulpicio; a Lolia, esposa de Aulo Gabinio; a Tertula, de Marco Craso; a Mucia, de Cneo Pompeyo.
A ninguna amó tanto como a la madre de Bruto, Servilia, a la que dió durante su primer consulado una perla que le había costado seis millones de sestercios, y en la época de las guerras civiles, además de otras donaciones, le hizo adjudicar a bajo precio las propiedades más hermosas que se vendieron en subasta. Cuando todos se extrañaron de esas ventas tan baratas Cicerón dijo: “Para que comprendáis bien la venta, se ha deducido la Tercia”, refiriéndose a que se decía que Servilia favorecía el comercio de su hija Tercia con Julio César.
En las provincias tampoco respetó, los soldados cantaban el día de su triunfo en las Galias: “ Ciudadanos esconded vuestras esposas, aquí traemos al adúltero calvo”.
Amó también a reinas, entre otras a Eunoe, esposa de Bogud, rey de Mauritania. Amó mucho más a Cleopatra, con la que prolongó comidas hasta el amanecer, la hizo venir a Roma y no la dejó marchar sin llevarse numerosos regalos y consintiendo que el hijo que tuvo de ella llevase su nombre, Cesarión.
Helvio Cinna, tribuno del pueblo, le dijo a muchas personas que tenía redactada y dispuesta una ley que César le mandó proponer en su ausencia, por la que se le permitiría casarse con cuantas mujeres quisiese para tener hijos.
Tan famosos eran sus adulterios que Curión padre lo llamó en un discurso; “marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos”.