La ruta de la seda que se extendía desde la ciudad china de Chang’an y pasaba por la India, Irán, Constantinopla y Damasco, hasta llegar a Roma. La seda no era la única mercancía con la que se comerciaba, constantemente había caravanas de mercaderes atravesando desiertos y montañas, también se compraban gemas, especias, incienso, metales preciosos, etc.
Las religiones y los credos también viajaban con los mercaderes; cristianismo, budismo, maniqueísmo, judaísmo, nestorianismo y zoroastrismo se extendieron por toda la Ruta de la Seda. Se respetaban las creencias de cada uno, aunque cada uno alababa las virtudes de su credo.
El éxito de la Ruta de la Seda consistía en intercambiar mercancías que compraban barato en sus países de origen, con los de mercaderes de otros lugares donde escaseaban esos productos o eran muy caros. Cada día antes de partir preparaban los animales con la carga: bolsas de especies, metales, sedas, etc., toda la carga iba sobre camellos. Por miedo a los saqueos, los comerciantes llevaban armas para su defensa.
Las tormentas del desierto hacían el viaje muy peligroso. Las dunas eran movidas por los vientos muy fuertes y eso hacía que la arena se levantara, en horribles tormentas de arena, haciendo imposible ver por donde se caminaba. Por ello se colocaron señales para orientarse.
A lo largo del camino había ciudades oasis como por ejemplo Dunhuang, lugar donde se encuentran las cuevas de Mogao. Otro lugar de reunión de los comerciantes era Tashkurgán, ahí se intercambiaban información de todo tipo que les era muy útil. Llegada la hora del intercambio, los grupos se reunían en un espacio al aire libre, cada uno tenía su mercancía a la vista, si llegaban a un acuerdo, se intercambiaban las mercancías.
Después de un día de viaje los comerciantes buscaban un lugar para pasar la noche, normalmente acampados en algún sitio, encendían hogueras para calentarse. Cenaban carne y arroz y bebían agua. El agua escaseaba, así que la racionaban. Los mercaderes dormían con un ojo abierto y las armas cargadas, para guardar sus bienes de los maleantes.