El nacimiento de la civilización egipcia ha estado siempre vinculado
con el río Nilo. El esplendor de Egipto surgió cuando se consiguió controlar
las inundaciones que sucedían cada año. Ese control se realizaba mirando al
firmamento. Sirio, la estrella más brillante, desaparecía ante la mirada
atónita de los astrónomos durante setenta días, pasado ese tiempo volvía a
aparecer (más o menos el 15 de junio). Eso marcaba la crecida de las aguas del
Nilo.
Los griegos llamaban a esta estrella Serios, los egipcios,
Sopte. Para los antiguos egipcios Sopte era la representación de la diosa Isis,
la gran madre cuyas lágrimas, provocaban la enigmática e incomprensible crecida
del río. Este hecho fue muy importante para los egipcios, ya que al controlar
las crecidas podían saber cuál era el mejor momento para la siembre, logrando
que sus tierras fueran las más fértiles del planeta. Esto era provocado no sólo
por la abundancia de agua, sino también, por el limo negro que traía la
crecida.
La aparición de la estrella, no sólo marcaba los
acontecimientos cotidianos, sino también las pautas para crear su calendario. El
día que Sopte aparecía de nuevo en el firmamento era para los egipcios el
primer día del año. Por esa razón, fueron los faraones los primeros en dividir
el año en doce partes de treinta días cada uno, más cinco días, estos días
conocidos como los días de Anubis, el dios con cabeza de chacal, unas jornadas
horribles donde la gente se quedaba encerrada en casa sin salir. Días a los que,
gracias a los egipcios, nosotros llamamos “un día de perros”.
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