8 de noviembre de 2015

HISTORIAS DE EXPLORADORES


El explorador español Francisco Fernández de Córdoba (?-1518) desembarcó en una península, en 1517, a la que llamó “Yucatán”. Los nativos pronunciaban dicha palabra contestando a su pregunta de cómo se llamaba la costa en la que había desembarcado, lo que le hizo pensar que ese era su nombre. Yucatán quiere decir en lengua maya; “no entiendo” o “yo no soy de aquí”.

Durante su itinerario terrestre, Fernando (o Hernando) de Magallanes (1480-1521) y su tripulación asistieron a una danza ritual bailada por un indígena techuelche en una playa de una tierra al sur del continente americano. Observando su gran corpulencia y el enorme tamaño de sus pies, decidió llamar a esa tierra “Patagonia”=”Tierra de los de la pata grande”. En realidad, los indios no tenían esos pies gigantes, los llevaban forrados de pieles para protegerse del frío.

Magallanes y sus hombres habían llegado a las costas del actual Uruguay, el explorador exclamó “¡Monte vide eu!” (Veo un monte). Tiempo después en 1726, le dieron este nombre a la ciudad fundada por Bruno Mauricio de Zabala (1682-1736). Con el tiempo, sería la capital de Uruguay, Montevideo.

El explorador inglés Martin Frobisher (1535.1594) provocó una fiebre del oro en Inglaterra, en 1578, cuando regresó de la isla de Baffin con tres naves cargadas con doscientas toneladas de oro. Frobisher regresó a Canadá con una flota aun mayor de quince navíos y excavó varias minas alrededor de la bahía Frobisher. Regresó con mil trescientas cincuenta toneladas de oro pero, después de años de fundición, se dieron cuenta de que tanto ese oro, como el anterior no tenía ningún valor, resulto ser pirita de hierro, o también llamado “el oro de los tontos”. Fue triturado y utilizado para la reparación de caminos.

El explorador Joseph Banks (1743-1820), presidente de la Royal Society dor Improving Natural Knowledge (Real Sociedad para el Avance de la Ciencia Natural) de Londres, se opuso, con éxito, a la creación de escuelas elementales en todo el país diciendo que:

“En teoría, el proyecto de dar una educación a las clases trabajadoras es ya bastante equívoco y, en la práctica, sería perjudicial para su moral y su felicidad. Enseñaría a las gentes del pueblo a despreciar su posición en la vida en vez de hacer de ellos buenos servidores en agricultura y en los otros empleos a los que les ha destinado su posición

En vez de enseñarles subordinación los haría facciosos y rebeldes, como se ha visto en algunos condados industrializados. Podrían leer panfletos sediciosos, libros peligrosos y publicaciones contra la cristiandad. Les haría insolentes ante sus superiores; en pocos años, el resultado sería que el gobierno tendría que utilizar la fuerza contra ellos”.

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