30 de diciembre de 2021

MIGUEL DE LOS SANTOS OLIVER Y EL CANTO DE LA SIBILA

 

Miguel de los Santos Oliver (1864-1920), nació en Campanet, Mallorca. Fue escritor y periodista. Hojas del Sábado, una de sus obras, está formado por seis volúmenes que recogen artículos del autor publicados en La Vanguardia entre los años 1906 y 1918. Estos artículos se publicaban los sábados.

Sobre el canto de la Sibila en la Catedral de Palma de Mallorca escribió lo siguiente:

“La Basílica de la capital de Mallorca, después que casi todos los templos en donde floreció un día acabaron por abandonarla, observa, aún a estas horas, la tradición del canto de la Sibila en la noche de Navidad. Celebrada la Misa, acabado el Tedeum, cuando flotan todavía en el aire las resonancias de la improvisación pastoril, el órgano pasa bruscamente desde esas ingenuidades del villancico al anuncio de algo enigmático y terrible: la profecía del fin del mundo.

Un muchacho como de diez o doce años, calzado de sandalias, vistiendo rica túnica de seda al modo de los antiguos levitas, cubierto de un gorro o tiara armenia y sosteniendo una reluciente espada con ambas manos, se dirige al púlpito, entre los dos monagos que lo acompañan. Un rumor de anhelante curiosidad pasa por la muchedumbre de los fieles, hasta que aparece en su puesto el canto, quedando inmóvil, en actitud hierática, la espada en alto.

Y, entonces, sobre un silencio absoluto, bajo la nave inmensa de la catedral por donde muchas iglesias y aun algunas catedrales desfilarían sin rozar las paredes, la voz blanca del niño va desgranando su melopea: una melopea de extraño arcaísmo, perteneciente según los musicógrafos al período isidoriano o mozárabe y que admirablemente responde al arcaísmo de la letra catalana a la cual corre unida desde la Edad Media.

Es la visión del juicio final y de los signos que han de hacerlo ostensible; la tierra estremecida de pavor, el sol que se apaga, los luceros que se extinguen. Mares, fuentes y ríos, todo arderá; los peces saldrán del lecho enjuto de las aguas dando grandes alaridos; abrianse las piedras con horrísono fragor de ruptura; revestiránse de su antigua carne mortal los huesos calcinados y, finalmente, con inexorable separación, justos y réprobos serán exaltados a la gloria o hundidos en las profundidades del averno.

Bajo esa impresión, que es como un eco de los antiguos espantos milenarios, la sobrecogida multitud sale del templo, dispersándose por las callejas oscuras y señoriales.”

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