SOPA
La Biblia nos cuenta que los hebreos, en Egipto, cocinaban caldos, y Gedeón dice: “mató un cordero, puso su carne en una olla e hizo caldo”. Los israelitas cocían la carne de animales con leche. Herodoto dice que en el año 430 antes de la Era cristiana los escitas que vivían en las orillas del mar Negro, disponían de marmitas para cocer los alimentos.
Los griegos de la época de la guerra de Troya no cocían las carnes en vasijas, las asaban. Mucho después, Aspasia, la griega más bella, dicen que se alimentaba de consomé elaborado con cordero y ave.
En Tracia se cocinaba sopa. El rey Hathys llenó la plaza de la ciudad de calderos con líquido hirviendo y, queriendo contentar al pueblo, se puso un delantal y con un gran cucharón fue sirviendo la sopa a sus súbditos.
El caldo o potaje negro de Esparta se componía de carne de cerdo, sangre de cerdo, vinagre y sal. Los anglosajones cocinaban dos sopas, la bruce, o caldo ordinario de cerdo, y el drove, caldo más suculento, adicionado de almendras y pajaritos. Los germanos, los galos, los íberos sabían cocer la carne en marmitas. Cuentan que cuando Tannhäuser regresó de Roma sin haber conseguido la absolución del Papa, la venus germana le reconfortaba con una sopa bien olorosa.
Con el tiempo las sopas se fueron refinando más: el gran maestro de la cocina francesa Carême llegó a cocinar 500 recetas distintas de sopa. Otro gran cocinero François de la Varenne inventó más de 300 clases de sopa.
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