ORIGEN DEL IMPERMEABLE
En la antigüedad, el hombre se protegía de la lluvia con capas confeccionadas con hojas y hierbas entretejidas a las que se le aplicaba una capa de cera o grasa. También las hacían con tiras de cuero sacada de los animales que comían. En el antiguo Egipto se confeccionaban impermeables con trozos de papiro aceitado, o encerando tejidos de lino. Los chinos barnizaban y lacaban papel o seda.
Los indios se la América precolombina recubrían sus capas y mocasines con resina blanca sacada de los árboles de hevea del Brasil. La savia se coagulaba y secaba con rapidez y facilidad, sin dejar el tejido rígido. Los españoles llamaban a esta sustancia “leche de árbol”.
Esta savia se introdujo en Europa más tarde. En 1784 se descubrió un procedimiento químico con el cual, aplicando esa leche a un tejido, este se volvía flexible y menos pegajoso.
En 1770, el químico Joseph Priestley descubrió que un trozo de savia de la hevea borraba las marcas dejadas por el lápiz de grafito, e inventó así la goma de borrar a partir de esa misma substancia. Lo más importante fue que sirvió a Macintosh para descubrir de manera casual que el caucho se disuelve en la nafta de alquitrán de carbón, líquido volátil y oleoso. Y que pegando capas de caucho tratado con nafta, al tejido, era posible impermeabilizarlo.
Pero tenía un inconveniente, los impermeables de Macintosh olían a más de diez metros de distancia; olían a caucho. Eso sí, repelían la lluvia de manera muy eficaz. Era el año 1823. A partir de entonces la industria de los impermeables se disparó, a partir de una planta de elaboración en la que se impregnaba de algodón con una mezcla de caucho y esencia de trementina, dando a las prendas mucha flexibilidad.
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