29 de mayo de 2022

LAS MARINERAS DE HENDAYA Y MADAME D'AULNOY

 

Marie-Catherine le Jumelle de Barnerville, baronesa D’Aulnoy, conocida como Madame D'Aulnoy, (1651-1705) fue una escritora francesa, además de ser conocida por sus cuentos de hadas, también lo es por su relato del viaje a España, escrito en 1679.

 Sobre las marineras del río dice:

“Seguimos la corriente del Hendaya y pudimos ver ya cerca de su desagüe los galeones del Rey de España, que surcaban el mar a corta distancia de la costa.

Nuestras embarcaciones, pequeñas y limpias, estaban adornadas con banderolas de colores, y eran conducidas por muchachas de incomparable habilidad y gentileza. Cada barca está servida por tres mujeres, dos aplicadas al remo y la otra sosteniendo el timón. Estas mozas son altas, de cintura delgada y color moreno, sus dientes son blanquísimos y admirables, su cabello negro y lustroso como el azabache, trenzado y rematado con lazos de cinta, cayendo abandonado por la espalda.

Llevan sobre su cabeza una gasa fina bordada en oro y seda, que rodea su cuello, cubriendo la garganta; usan pendientes de perlas y collares de coral; una especie de jubones con mangas muy estrechas como los de nuestras bohemias; su aspecto agrada y seduce.

Dícese de esas marineras que nadan como peces y que no admiten en su particularísima sociedad a otras mujeres ni a ningún hombre; constituyen una especie de pequeña república independiente, adonde acuden siendo muy jóvenes las afiliadas, cuando no las acompañan sus mismo padres destinándolas a tal oficio desde niñas.

Cuando quieren casarse asisten a la misa de Fuenterrabía, la población más próxima del lugar que ellas habitan, y allí los muchachos van a buscar hembra de su gusto; el que desea lazos de Himeneo, acude a casa de los padres de su amada para declarar su sentimiento y su voluntad; si la elegida se contenta con el enamorado, vuelve al hogar paterno, donde la boda se celebra. Nunca he visto satisfacción tan placentera como la que rebosa en los semblantes de aquellas muchachas. Viviendo en pequeñas casas construidas a la orilla del río, trabajan para ganar su salario y obedecen a las viejas que las cuidan y asisten; ellas mismas nos contaban estas particularidades, cuando el diablo, que no duerme, vino a disgustarnos entablando una pendencia…”

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