EL PARQUE DE LA MALMAISON
Cuando Josefina Bonaparte visitó la Malmaison, situada en la ciudad de Rueil-Malmaison, los Yvelines, a unos 12 km de París, se encapricho del lugar. La finca había pertenecido a los Gouder hasta 1763, una familia vinculada al ejército, y más tarde a una sociedad de banqueros. En 1771, cuando los problemas económicos acuciaron a sus propietarios, la mansión y los terrenos pasaron a ser de un rico hombre de negocios, Jacques-Jean Le Couteulx du Molay. Su esposa abrió un salón literario en algunas de sus estancias. Fueron ellos los que le vendieron la mansión a Josefina.
Una vez instalada uno de sus deseos fue convertir el parque de la Malmaison en el más bello y curioso jardín de Europa. En 1800 mandó construir una “orangerie” (invernadero) lo suficientemente cálida para albergar plantas exóticas. En 1805, un invernadero en el que funcionaban sin interrupción una docena de estufas de carbón.
Importó dos centenares de plantas desconocidas hasta ese momento en Francia. Gracias a ello florecieron por primera vez en tierras galas magnolios púrpura, hibiscos, camelias y dalias. La fama de su extraordinaria colección de rosales traspasó fronteras. Sus más de doscientas cincuenta variedades de rosas, eran la envidia de todo el mundo.
No fueron únicamente las plantas, Josefina se interesó por los animales exóticos. Logró que nadaran en sus lagos los cisnes negros de Australia y desde los lugares más lejanos del planeta le enviaron ejemplares de avestruz, emú, canguro, orangután o cebra, que corrían libremente por una zona acotada. Como no era un lugar muy apropiado para ellos, al final, se los llevaron al Museo de Historia Natural de París.
Cuando ella murió, nadie prosiguió con su labor naturalista.
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