26 de agosto de 2020

JAMES A. GARFIELD Y LA BALA PERDIDA


En el año 1881, el vigesimo presidente de Estados Unidos James A. Garfield recibió un balazo de Charles Guiteau, lo odiaba porque nunca le había dado un cargo público. Admitió haber disparado contra él pero no haberlo matado. Dijo que los médicos que atendieron al presidente fueron los que lo mataron.

Garfield pudo haber sobrevivido solo con que le hubieran dejado la bala dentro de su cuerpo. Los médicos pasaron ochenta días tratando de sacársela y uno de ellos, incluso, insertó una sonda, creando una nueva herida cuya trayectoria confundió a los otros médicos. Otro metió su mano hasta la muñeca, y perforó el hígado del presidente.

Al final, Alexander Graham Bell creó a toda prisa un instrumento localizador de metales dentro del cuerpo humano. La máquina que diseñó no fue eficaz, no quitaron los muelles metálicos del colchón en el que reposaba el presidente, así que no sirvió de nada. El prototipo de detector de metales de Bell funcionaba a la perfección, como se comprobó más tarde, pronto quedó anticuada con la llegada de los rayos X.

Después de ese fracaso, los médicos decidieron hacerle una exploración quirúrgica que derivó en una infección que se extendió por todo su cuerpo, en pocos días murió. Tras la muerte de Garfield, se encontró la bala, alojada en un lugar donde no causaba ningún peligro de muerte.

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