CONCEPTO DE LA MUJER EN EL SIGLO DE ORO
En el Siglo de Oro distintos personajes opinaron sobre la
mujer.
F. Luque Fajardo, en “Desengaño contra la ociosidad y los
juegos”. Madrid, 1603.
“¿Adonde está el encogimiento honestísimo que tenían las
doncellas, arrinconadas hasta el día de su desposorio, cuando apenas tenían
noticia de ellas sus cercanos deudos? ¿Dónde la llaneza, encerramiento y
virtudes de las mujeres, cuando no era gallardía, como ahora hacer ventana con
desenvoltura?
Ahora, empero, todo es burlería, el manto al hombro, frecuencia
de visitas; no hay recato; saben tanto del mundo que espantan a quien las oye;
y hallo por mi cuenta que como esto de las iglesias, y estaciones no ser
excusa, sin duda allí se les juntan mujercillas, y las oyen sus liviandades, y
las ajenas, y las saben, y traen de memoria, y aun los nombres de cuantas damas
hay, y galanes en el lugar, y aun las licencias que los padres les dan para ir
a las comedias, y oírlas les hace más hábiles de lo que es necesario e
ruindades y malicias”.
M. Alemán, en “Guzmán de Alfarache”.
Están de noche sobresaltadas en sus camas, esperando cuando
pase quien con el chillido de la guitarra las levante; oye cantar unas coplas
que hizo Jerineldos a doña Urraca, y piensa que son para ella. Es más negra que
una graja, más torpe que una tortura, más necia que una salamandra, más fea que
un topo, y porque allí la pintan más linda que Venus, no dejando cajeta ni
valija de donde para ella no sacasen los alabastros, carmines, turquesas,
perlas, nieves, jazmines, rosas hasta desenclavar del cielo el sol y la luna,
pintándola con estrellas y haciéndola de su arco cejas…”.
Fray Antonio de Guevara, en Epístolas familiares”.
“¡Qué placer es ver a una mujer levantarse por la mañana,
andar revuelta, la toca desprendida, las faldas prendidas, las mangas alzadas,
sin chapines en los pies, riñendo a las mozas, despertando a los mozos y
vistiendo a sus hijos! ¡Qué placer es verla hacer su colada, lavar su ropa,
ahechar su trigo, cerner su harina, amasar su masa, cocer su pan, barrer su
casa, encender su lumbre, poner su olla, y después de haber comido tomar su
almohadilla para labrar o su rueca para hilar”.
B. Gracián, en “El criticón”.
Más vale la maldad del varón que el bien de la mujer, dijo
quien más bien dijo, porque menos mal te hará un hombre que te persiga que una
mujer que te siga. Más no es un enemigo solo, sino todos en uno, que todos han
hehco plaza de armas en ella: de carne se compone, para descomponerle; el mundo
la viste, para poder vencerle a él, se hizo mundo de ella; y la que del mundo
se viste, del demonio se reviste en sus engañosas caricias.
De aquí, sin duda, procedió el apellidarse todos males
hembras… Hácenle la guerra al hombre diferentes tentaciones en sus edades
diferentes, unas en la mocedad y otras en la vejez, pero la mujer en todas.
Nunca está seguro de ellas, ni mozo, ni varón, ni viejo, ni sabio, ni valiente,
ni santo; siempre está tocando el arma este enemigo común y tan casero”.
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