14 de agosto de 2020

FUNERALES DE UN CABALLERO MEDIEVAL


Según los caballeros medievales, no todo terminaba con la muerte. Los amigos del difunto que quedaban en la tierra, tenían la facultad de girar a su cuenta los beneficios adquiridos con la celebración repetida del sacrificio divino. No había testamento que no destinase una parte considerable de su herencia a la organización del oficio de funerales y a la fundación de innumerables misas perpetuas. Creían que esas misas redentoras cuánto más cerca de los restos mortales del que iban a contribuir se cantaban. La disposición más eficaz consistía en reunir en el mismo sitio la tumba, el altar y los sacerdotes.

La clausula inicial de todos los testamentos contenía la elección de la sepultura. Era costumbre preparar con mucha antelación esa última morada, vigilar por sí mismo su levantamiento y ornamento, así como disponer con detalle la ordenación de los propios funerales.

El arte funerario tenía por objeto principal fijar un espectáculo, eternizar la representación sagrada que se había desenvuelto alrededor del cadáver. La ceremonia de los funerales revistió para los ricos infundidos del ideal caballeresco toda la ostentación del lujo. El difunto tenía que hacer su entrada en el reino de los muertos adornado con todos los distintivos de su gloria. Quería aprovechar la tumba para llevar a la posteridad el recuerdo de su vida, de sus acciones gloriosas, las cuales quedarían de manifiesto en su epitafio.

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