FUNERALES DE UN CABALLERO MEDIEVAL
Según los caballeros medievales, no todo terminaba con la
muerte. Los amigos del difunto que quedaban en la tierra, tenían la facultad de
girar a su cuenta los beneficios adquiridos con la celebración repetida del
sacrificio divino. No había testamento que no destinase una parte considerable
de su herencia a la organización del oficio de funerales y a la fundación de
innumerables misas perpetuas. Creían que esas misas redentoras cuánto más cerca
de los restos mortales del que iban a contribuir se cantaban. La disposición
más eficaz consistía en reunir en el mismo sitio la tumba, el altar y los
sacerdotes.
La clausula inicial de todos los testamentos contenía la
elección de la sepultura. Era costumbre preparar con mucha antelación esa
última morada, vigilar por sí mismo su levantamiento y ornamento, así como
disponer con detalle la ordenación de los propios funerales.
El arte funerario tenía por objeto principal fijar un
espectáculo, eternizar la representación sagrada que se había desenvuelto
alrededor del cadáver. La ceremonia de los funerales revistió para los ricos infundidos
del ideal caballeresco toda la ostentación del lujo. El difunto tenía que hacer
su entrada en el reino de los muertos adornado con todos los distintivos de su
gloria. Quería aprovechar la tumba para llevar a la posteridad el recuerdo de
su vida, de sus acciones gloriosas, las cuales quedarían de manifiesto en su
epitafio.
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