22 de marzo de 2020

FORMAS DE MORIR


El archiduque Francisco Fernando de Austria era un hombre muy vanidoso. Cuando iba a una ceremonia de gala, se hacía coser a sí mismo en su uniforme de modo que no hubiera una sola arruga que empañara su apariencia. Desgraciadamente, el archiduque llevaba uno de sus uniformes cosidos encima cuando le dispararon en Sarajevo en 28 de junio de 1914. Fue imposible desabotonar su uniforme. Cuando se encontraron por fin unas tijeras, el archiduque se había desangrado hasta quedar muerto.

En 1911 un sastre llamado Teichelt, que había inventado una capa para volar como un murciélago, según él, pidió permiso para volar desde la toree Eiffel. Los propietarios de la torre dieron permiso, con la condición que Teichelt consiguiera la autorización de la policía y que firmara una renuncia a sus derechos, la cual absolvía a los propietarios de la torre de toda responsabilidad. Increíblemente, la policía dio la autorización. A las ocho en punto, una mañana de diciembre, Teichelt acompañado de un montón de animadores y de fotógrafos de prensa, subió hasta el nivel de la primera plataforma, se detuvo sobre su orilla y se lanzó a la muerte.

Cuando Rasputín fue asesinado en Petrogrado (ahora San Petersburgo) en 1916, sus asesinos le dieron primero pasteles y vino cagados con suficiente cianuro como para matar a varios hombres. Rasputín comió y bebió y no dio muestras que le hicieran daño. Entonces el príncipe Félix Yusupov le disparó en el pecho y le golpeó la cabeza con un bastón lleno de plomo, y los conspiradores lo arrojaron al río Neva. Cuando el cuerpo fue recuperado, la autopsia reveló que Rasputín se había ahogado.

Cuando era joven, Maximiliano Robespierre se opuso a la pena de muerte, rechazando así la oportunidad de una brillante carrera de leyes, porque sentía escrúpulos en trabajar en una corte que sentenciaba a la horca a personas que habían sido juzgadas y condenadas. Pero al tener el control de la Revolución Francesa en 1793, Robespierre empezó el Reinado del Terror, que mandó a cientos de personas a la guillotina, antes que él mismo cayera bajo su cuchilla.

Los donatistas del siglo IV, en África del Norte, estaban tan imbuidos en la idea del martirio que detenían a los extranjeros y les pedían que les mataran. Como amenazaban de muerte a los extranjeros si éstos se negaban, los donatistas encontraron muy fácil conseguir el martirio.

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