LA SORDERA DE BEETHOVEN
En 1789 Ludwig van Beethoven (1770-1827), que padecía
continuos problemas digestivos, empezó a notar cierta dificultad para escuchar
algunos sonidos. Comenzó a sentir zumbidos y empezó a perder capacidad auditiva.
Muerto de miedo por las consecuencias que esa pérdida
auditiva pudiera tener en su carrera, decidió ocultarlo. De esa manera se alzo
con el titulo de hombre huraño y despistado. Evitaba el contacto con los demás y
si su carácter ya era complicado antes de esa sordera, se complicó aún más.
En el año 1801 le envió una carta a su amigo Franz Wegeler: “Un
demonio envidioso, mi mala salud, me ha jugado una mala pasada, quiero decir
que desde hace tres años mi oído es cada vez más débil, mis orejas zumban
continuamente, día y noche. Llevo una vida miserable, desde hace casi dos años
evito cualquier compañía, porque no puedo decir a la gente: -Soy sordo.
Si tuviese cualquier otra profesión, la cosa sería más
fácil, pero con la mía es una situación terrible. Para darte una idea de esta
extraña sordera, te diré que en el teatro tengo que colocarme muy cerca de la
orquesta para oír a los cantantes.
Los sonidos agudos de
los instrumentos y de la voz, si están un poco lejos, ya no los percibo, es
maravilla que, al hablar conmigo, la gente no se dé cuenta de mi estado. Como siempre
fui muy distraído lo achacan a eso. Lo que sucederá ahora sólo el cielo lo sabe”.
En los años siguientes a pesar del avance de su sordera,
compuso muchísimas obras entre ellas, su Quinta Sinfonía y la Sexta Sinfonía o
Pastoral.
A partir de 1809, tras una serie de recitales desastrosos
por culpa de su sordera, decidió de dejar de tocar en público y dedicarse a
componer. En 1814 utilizaba una trompeta para poder oír sus composiciones y en
1817, se hizo construir un piano con cuerdas más tensas. Murió el 26 de marzo
de 1827 en Viena.
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