13 de noviembre de 2013

LA SORDERA DE BEETHOVEN


En 1789 Ludwig van Beethoven (1770-1827), que padecía continuos problemas digestivos, empezó a notar cierta dificultad para escuchar algunos sonidos. Comenzó a sentir zumbidos y empezó a perder capacidad auditiva.

Muerto de miedo por las consecuencias que esa pérdida auditiva pudiera tener en su carrera, decidió ocultarlo. De esa manera se alzo con el titulo de hombre huraño y despistado. Evitaba el contacto con los demás y si su carácter ya era complicado antes de esa sordera, se complicó aún más.

En el año 1801 le envió una carta a su amigo Franz Wegeler: “Un demonio envidioso, mi mala salud, me ha jugado una mala pasada, quiero decir que desde hace tres años mi oído es cada vez más débil, mis orejas zumban continuamente, día y noche. Llevo una vida miserable, desde hace casi dos años evito cualquier compañía, porque no puedo decir a la gente: -Soy sordo.

Si tuviese cualquier otra profesión, la cosa sería más fácil, pero con la mía es una situación terrible. Para darte una idea de esta extraña sordera, te diré que en el teatro tengo que colocarme muy cerca de la orquesta para oír a los cantantes.

Los sonidos agudos  de los instrumentos y de la voz, si están un poco lejos, ya no los percibo, es maravilla que, al hablar conmigo, la gente no se dé cuenta de mi estado. Como siempre fui muy distraído lo achacan a eso. Lo que sucederá ahora sólo el cielo lo sabe”.

En los años siguientes a pesar del avance de su sordera, compuso muchísimas obras entre ellas, su Quinta Sinfonía y la Sexta Sinfonía o Pastoral.

A partir de 1809, tras una serie de recitales desastrosos por culpa de su sordera, decidió de dejar de tocar en público y dedicarse a componer. En 1814 utilizaba una trompeta para poder oír sus composiciones y en 1817, se hizo construir un piano con cuerdas más tensas. Murió el 26 de marzo de 1827 en Viena.

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