10 de junio de 2020

COSAS DE LA NATURALEZA-3


En una serie de experimentos que realizó Dorothy Retallack, en 1969, se demostró que la música afecta al crecimiento de las plantas. Pruebas hechas en maíz, calabaza y varias flores, demostraron que la música de rock reprimía el crecimiento de algunas plantas y motivaba que otras crecieran al principio muy altas y produjeran hojas muy pequeñas. Después de unas cuantas semanas, todas las caléndulas de un experimento habían muerto, pero solo a unos metros de distancia, flores idénticas que escuchaban música clásica, estaban floreciendo.

Cuando Lutero Burbank publicó su catálogo de semillas, a principio del siglo XX, describiendo nuevas variedades de plantas que había desarrollado por medio de cruzamientos, fue acusado de blasfemia y recusado por la iglesia por interferir en la naturaleza y producir nuevas creaciones, un poder que se consideraba exclusivo de Dios.

La savia del abeto gigante de California (sequoia) no es resinosa. Los árboles, una vez que han desarrollado una gruesa corteza, son prácticamente inmunes al fuego, lo que puede explicar su vida prolongada. Aunque sean dañadas por el fuego, el elevado contenido de tanino de la savia tiene la misma acción curativa que posee el ácido tánico sobre la carne humana cuando está quemada.

Sin los relámpagos no podría existir la vida vegetal. El nitrógeno es un alimento esencial para las plantas. La atmósfera es 80 % nitrógeno, pero en una forma insoluble que no puede ser empleado. Es el calor intenso del relámpago lo que obliga al nitrógeno a combinarse con el oxígeno del aire, formando óxidos de nitrógeno que son solubles en agua y caen a tierra junto con la lluvia, como ácido nítrico diluido. Este reacciona con los minerales del suelo para convertirse en nitratos, de los que dependen las plantas.

Uno de los grandes, aunque pocos conocidos, tesoros de la ciudad de Nueva York es un bosque de 16 hectáreas de abetos, no perturbado, hasta donde se sabe, desde la época de los aborígenes. La floresta se levanta sobre las orillas del río Bronx, en el Jardín Botánico de Nueva York.

Las hojas de malva, como las de muchas otras plantas, siguen el movimiento de la luz del sol, girando junto con ella mientras se mueve a través del firmamento. Es más rara todavía la reacción de las hojas de malva al ocaso. Tan pronto como se pone el sol, todas las hojas se vuelven hacia el oriente, por donde saldrá el sol por la mañana.

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