COSAS DE LA NATURALEZA-3
En una serie de experimentos que realizó Dorothy Retallack,
en 1969, se demostró que la música afecta al crecimiento de las plantas.
Pruebas hechas en maíz, calabaza y varias flores, demostraron que la música de
rock reprimía el crecimiento de algunas plantas y motivaba que otras crecieran
al principio muy altas y produjeran hojas muy pequeñas. Después de unas cuantas
semanas, todas las caléndulas de un experimento habían muerto, pero solo a unos
metros de distancia, flores idénticas que escuchaban música clásica, estaban
floreciendo.
Cuando Lutero Burbank publicó su catálogo de semillas, a
principio del siglo XX, describiendo nuevas variedades de plantas que había
desarrollado por medio de cruzamientos, fue acusado de blasfemia y recusado por
la iglesia por interferir en la naturaleza y producir nuevas creaciones, un
poder que se consideraba exclusivo de Dios.
La savia del abeto gigante de California (sequoia) no es
resinosa. Los árboles, una vez que han desarrollado una gruesa corteza, son
prácticamente inmunes al fuego, lo que puede explicar su vida prolongada.
Aunque sean dañadas por el fuego, el elevado contenido de tanino de la savia
tiene la misma acción curativa que posee el ácido tánico sobre la carne humana
cuando está quemada.
Sin los relámpagos no podría existir la vida vegetal. El
nitrógeno es un alimento esencial para las plantas. La atmósfera es 80 %
nitrógeno, pero en una forma insoluble que no puede ser empleado. Es el calor
intenso del relámpago lo que obliga al nitrógeno a combinarse con el oxígeno
del aire, formando óxidos de nitrógeno que son solubles en agua y caen a tierra
junto con la lluvia, como ácido nítrico diluido. Este reacciona con los
minerales del suelo para convertirse en nitratos, de los que dependen las
plantas.
Uno de los grandes, aunque pocos conocidos, tesoros de la
ciudad de Nueva York es un bosque de 16 hectáreas de abetos, no perturbado,
hasta donde se sabe, desde la época de los aborígenes. La floresta se levanta
sobre las orillas del río Bronx, en el Jardín Botánico de Nueva York.
Las hojas de malva, como las de muchas otras plantas, siguen
el movimiento de la luz del sol, girando junto con ella mientras se mueve a
través del firmamento. Es más rara todavía la reacción de las hojas de malva al
ocaso. Tan pronto como se pone el sol, todas las hojas se vuelven hacia el oriente,
por donde saldrá el sol por la mañana.
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