EL EMPERADOR JIAQING Y EL REY JORGE III
Carta del emperador chino Jiaqing al rey Jorge III de Inglaterra,
durante la Guerra del Opio entre China y Gran Bretaña entre los años 1839 y
1842.
“Este año, oh rey, has enviado nuevamente mensajeros
portadores de una petición y les has entregado objetos procedentes de tu país,
con el fin de que me fueran ofrecidos como presentes.
El día establecido para contemplarme en audiencia, cuando
tus enviados habían llegado ya a las puertas de palacio y yo iba a ocupar mi
lugar en la sala del trono, tu primer enviado, lord Amherst, declaró una
enfermedad repentina le impedía moverse o andar. Pensé que era muy posible que
un súbito mal aquejara al primer enviado y ordené que solo entraran en mi
presencia los segundos invitados. Sin embargo, también declararon que se
sentían enfermos.
La descortesía, fue inconcebible. Sin embargo, teniendo en
cuenta que tú, reya, me había dirigido esta petición y que, la culpa era de
ellos, comprendí que tú, rey, tenían un corazón respetuoso y buena voluntad.
Asimismo, recibí y acepté los objetos que me enviaste como
tributo, mapas geográficos, cuadros, paisajes y retratos. Yo alabo tu corazón
sincero, lo cual equivale a decir que lo acepto todo. Además te hago donación a
ti, oh rey, de un Ru yi o cetro de la felicidad, de jade blanco, de un collar
de corte de jade verde, de dos pares de saquillos grandes y ocho pequeños, en
testimonio de afecto y bondad.
Por los demás, estás a una distancia demasiado grande de
China y la expedición de enviados que realizan por mar tan largo viaje resulta
muy difícil. Además, tus enviados no pueden estar al corriente de las formas
rituales chinas, lo cual da lugar a una serie de discusiones que se repiten y
de las cuales prefiero no enterarme.
La Corte Celeste no asigna el valor de preciosos a los
objetos llegados de lejos, y todas las cosas curiosas e ingeniosas de tu reino
tampoco pueden ser consideradas como algo de gran valor. Tú, procura mantener
la concordia entre tu pueblo, vela por la seguridad de tu territorio, sin
flaquear en las cuestiones próximas o lejanas. He aquí, en verdad, lo que yo
alabaría.
En los sucesivo ya no será necesario arriesgar a unos
enviados para venir tan lejos… Basta solo con que sepas mostrar el fondo de tu
corazón y aplicarte a la buena voluntad, y entonces podrá decirse, sin que sea
necesario que envíes cada año representantes a mi corte, que estás en la senda
de la transformación civilizadora. Y para que la obedezcas durante mucho
tiempo, te dirijo esta Orden Imperial”.
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