6 de mayo de 2018

EL AYUNO EN LA ANTIGÜEDAD


En la antigüedad, con motivo del fallecimiento de algún ser querido, toda la familia se ponía de duelo. Lloraban al difunto, lavaban su cuerpo, y según su rango, se le practicaban las correspondientes exequias mortuorias.

En esas ocasiones nadie pensaba en comer y ayunaba sin darse cuenta de ello. De la misma manera, si ocurrían catástrofes de todo tipo: guerras, enfermedades contagiosas, sequías importantes…, echaba la culpa a la ira de los dioses, por ello, se lloraba, se practicaban actos de humildad y se les ofrecían mortificaciones de la abstinencia. Los malos momentos pasaban y todos se convencían de que la causas de que todo hubiera vuelto a la normalidad, eran los llantos y ayunos.

De esa manera, los hombres apenados por calamidades públicas o domésticas, se entregaban a la tristeza, absteniéndose de comer y rápidamente se consideraron esas abstinencias voluntarias como actos religiosos.

Creían que mortificando la carne, cuando el alma estaba apenada, conmovían la misericordia de los dioses, y esa idea se fue apoderando de todos los pueblos, originando duelos, votos, rogativas, mortificaciones y abstinencias.

El cristianismo santificó y adoptó el ayuno (una sola comida al día) y la abstinencia (no comer carne) como modo de llegar a la santidad propuesta por Jesucristo. En ese caso algunos miembros de la familia estaban exentos de ayunar: niños y jóvenes hasta cierta edad, mujeres embarazadas, enfermos y personas muy mayores.

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