EL AYUNO EN LA ANTIGÜEDAD
En la antigüedad, con motivo del fallecimiento de algún ser querido, toda la familia se ponía de duelo. Lloraban al difunto, lavaban su cuerpo, y según su rango, se le practicaban las correspondientes exequias mortuorias.
En esas ocasiones nadie pensaba en comer y ayunaba sin darse cuenta de ello. De la misma manera, si ocurrían catástrofes de todo tipo: guerras, enfermedades contagiosas, sequías importantes…, echaba la culpa a la ira de los dioses, por ello, se lloraba, se practicaban actos de humildad y se les ofrecían mortificaciones de la abstinencia. Los malos momentos pasaban y todos se convencían de que la causas de que todo hubiera vuelto a la normalidad, eran los llantos y ayunos.
De esa manera, los hombres apenados por calamidades públicas o domésticas, se entregaban a la tristeza, absteniéndose de comer y rápidamente se consideraron esas abstinencias voluntarias como actos religiosos.
Creían que mortificando la carne, cuando el alma estaba apenada, conmovían la misericordia de los dioses, y esa idea se fue apoderando de todos los pueblos, originando duelos, votos, rogativas, mortificaciones y abstinencias.
El cristianismo santificó y adoptó el ayuno (una sola comida al día) y la abstinencia (no comer carne) como modo de llegar a la santidad propuesta por Jesucristo. En ese caso algunos miembros de la familia estaban exentos de ayunar: niños y jóvenes hasta cierta edad, mujeres embarazadas, enfermos y personas muy mayores.
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