SUBASTA DE NOVIAS EN BABILONIA
La vida de la mujer en Babilonia no era nada fácil. Los padres mandaban a sus hijas en edad de casarse a un lugar donde todos los años se celebraba una subasta de novias, un mercado de jóvenes dispuestas a casarse. Un pregonero se encargaba de gritar los encantos de cada una de las chicas.
Primero vendía a las más atractivas y acababa con las más feas. A las feas se les daba una dote con las sobras de dinero que quedaban después de la venta de las más guapas. Los hombres compraban a las mujeres guapas a muy buen precio, y les pagaban a ellos si la mujer no era nada agraciada. De esa manera los ricos se casaban con las jóvenes más hermosas y los pobres se llevaban a casa un esperpento, eso sí, con una dote que hacía menos trágico el momento.
El contrato de matrimonio lo redactaba un escriba y lo firmaban varios testigos, cada hombre que elegía y compraba a una mujer, estaba obligado a casarse con ella. Para certificarlo, el notario colgaba del cuello de la esposa un medallón de barro cocido donde se explicaba cuál era el nombre de ella y el de su reciente marido, también la fecha en la que la mujer había sido comprada.
Las hijas de familias ricas, se veían libres de someterse a esa humillación, su familia se encargaba de pagarles una dote y encontrarles un marido que les conviniese. Debían tener cuidado de no llevarles la contraria a sus padres, si su padre se enfadaba con ellas, podía venderlas como a un vulgar campesina.
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