6 de abril de 2018

FILÁNTROPOS



Ernest Hemingway donó al Santuario de la Virgen en Cuba Oriental, donde vivía, el dinero del Premio Nobel que había ganado por la novela El viejo y el mar. Jamás, dijo, tienes una cosa hasta que la das.

Rodin llegó toda su obra a su patria. Francia pagó al hijo de Rodin una pequeña anualidad a manera de compensación por su herencia perdida.

El superintendente de finanzas Roberto Morris sufragó, de su propio bolsillo, la paga de desmovilización del ejército estadounidense en 1783. Después fue encerrado en una cárcel para deudores, arruinado económicamente en especulaciones con tierras.

El químico inglés John Walier nunca patentó su invento, las cerillas, porque pensaba que debía ser propiedad pública.

John D. Rockefeller hizo su primera contribución a una causa filantrópica a los 16 años, lo que ocurrió en 1855. Cuando murió 82 años después, el archimillonario del petróleo había donado 531 326 842 dólares.

Tomas Alva Edison se dio cuenta, en 1905, que una de las baterías salidas de su empresa era defectuosa, ofreció devolver el dinero a todos los compradores. Devolvió de su propio bolsillo 1 000 000 de dólares.

Para ayudar a reunir fondos para los indigentes de Berlín, Albert Einstein vendió en 1930 sus autógrafos en 3 dólares cada uno y firmó fotografías por 5 dólares cada una.

El filántropo suizo Herin Dunant dedicó tanto dinero y tiempo a la fundación de la Cruz Roja, que su negocio textil fracasó. Fue co-ganador del primer Premio Nobel de la Paz, en 1901, y donó la gratificación a la beneficencia, no a su familia.

San Francisco de Asís, que fundó la orden religiosa franciscana en 1209, no tuvo instrucción religiosa, era un lego, nacido rico. Cuando donó sus posesiones y emprendió una carrera de caridad y buenas obras. Su padre lo desheredó.

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