KATZENKLAVIER
En 1650 salió publicado en el Musurgia Universalis, el
invento de un jesuita alemán llamado Athanasius Kircher (1601-1680), al que
llamó órgano o piano de gato, Katzenklavier en alemán, cuya finalidad era sacar
de la depresión a un príncipe.
El invento consistía en una línea de gatos puestos en una
base con las colas tensadas y pilladas debajo de un teclado, al presionar las
teclas, según el daño caudado a los gatos sentían un dolor diferente y
maullaban en diferentes tonos y grados de agudeza. Por esa razón los coloco con
forma de piano.
El macabro sistema funcionaba gracias a una aguja muy
afilada que pinchaba la cola del gato al presionar una tecla. A medida que la
melodía avanzaba, la desesperación de los gatos aumentaba el nivel de su
maullido. Las obras musicales se hacían en base a estas características.
El escritor francés Jean Baptist Weckerlin en su libro
Musiciana, describe este instrumento. Además cuenta algunas descripciones de
otros instrumentos raros y extraños:
“Estando el rey de España Felipe II en Bruselas en 1549
visitando a su padre el emperador Carlos V, ambos se divirtieron contemplando
una singular procesión. A la cabeza de ella marchaba un enorme toro cuyos
cuernos ardían y entre los cuales se veía un pequeño demonio.
Tras el toro iba un muchacho cosido dentro de una piel de
oso cabalgando un caballo con las orejas y el rabo cortados. Luego venía el
arcángel San Miguel con ropa de colores brillantes y llevando una balanza en la
mano.
Lo más curioso era un carro que llevaba el instrumento
musical más singular que se pueda imaginar. Un oso se encargaba de tocar un
órgano que, en vez de tubos, tenía dieciséis cabezas de gato cada una con su
cuerpo correspondiente bien sujeto, los rabos bien tensos y que eran pulsados
para ser tañidos como las cuerdas de un piano; si se pulsaba una tecla al
teclado, la correspondiente cola de gato recibía un tirón que, a su vez,
producía el correspondiente maullido de queja”.
El instrumento fue utilizado también por el físico alemán
Johann Christian Reil para tratar a pacientes que hubieran perdido la capacidad
para fijar su atención. Reil creía que si se veían forzados a ver y escuchar
este instrumento, captarían la atención y se curarían.
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