TSANTSA (CABEZA REDUCIDA)
Los jíbaros cuando mataban a un enemigo debían llevar a cabo un complejo ritual, destinado a encerrar el alma del muerto en su propia cabeza reducida, llamada tsantsa. Con eso pretendían que el espíritu del muerto, el muisak, no volviese para vengarse del asesino.
La preparación de la cabeza duraba varios días y las operaciones materiales se alternaban con las ceremonias mágicas. Para evitar la descomposición, la reducción empezaba en el camino hacia el pueblo. Lo primero era desollar la cabeza, para ello el jíbaro practicaba una incisión vertical encima de la nuca y luego separaba el cuero cabelludo del cráneo.
Enseguida hervía la piel para que el pelo no se desprendiese. El preparador esperaba que se hubiera reducido a la mitad, la sacaba del agua y la ponía a secar. Después raspaba cuidadosamente la superficie interior de la dermis y cosía los parpados y la incisión inicial para que no quedara ninguna abertura a excepción del cuello y de la boca.
Como la cabeza todavía era demasiado grande. El preparador introducía por el cuello unas piedras calientes para que la cabeza no se deformara a medida que la piel se contraía. Después quemaba los vellos del rostro y se amarraban el cuello antes de llenarla con arena caliente por la boca, último paso de en la reducción de la cabeza. Los párpados eran cocidos para que el difunto no pudiera ver lo que lo rodeaban y la piel endurecida se teñía de negro para que su espíritu quede para siempre sumido en la oscuridad. Los labios cosidos.
Los huesos del cráneo eran retirados previamente y los ojos y los dientes eran lanzados en ofrenda a las anacondas de los ríos. Una vez que el ritual había terminado, se hacía un orificio en la parte superior de la cabeza reducida, por el que se introducía un lazo. Toda la operación duraba seis días.
Después, el tsantsa era envuelto en una tela y guardado por el guerrero en una vasija de barro. Durante las fiestas, los guerreros lucían las cabezas de sus enemigos colgadas del cuello. A partir del siglo XIX, los jíbaros comenzaron a intercambiar las cabezas reducidas por objetos y armas.
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