12 de octubre de 2017

AJOS


Los egipcios eran grandes consumidores de ajos y los suministraban como fortificante a los esclavos que construían las pirámides. Los hebreos, apreciaban mucho al ajo. Lo llegaron a consumir tanto que los romanos les llamaban “iudei faetentes”, judíos hediondos. El Talmud dice que el ajo tiene cinco propiedades: sacia, calienta el cuerpo, hace más abundante el esperma, mata a los parásitos intestinales y protege contra la peste.

Los griegos fueron grandes consumidores de ajo, creían que actuaba contra los hechizos, creencia que se hizo popular durante toda la Edad Media. Aristófanes cuenta que los guerreros griegos comían ajos para tener más fuerza en los combates, pero los sacerdotes de Cibeles prohibían a los fieles que olían a ajo entrar en sus templos.

Hipócrates los recomendaba para el tratamiento de la esterilidad en las mujeres. Para saber si una mujer era apta para concebir se le introducía un diente de ajo en la matriz y si al día siguiente su aliento olía a ajo era señal de que no era estéril. Plinio recomendaba el ajo contra el asma, la ictericia, las almorranas y los dolores de muelas.

Isabel la Católica no podía soportar el olor a ajo, un día le sirvieron una comida en la que uno de los platos contenía ajo mezclado con perejil exclamó: -Venía el villano disfrazado de verde. En alusión al uniforme de los cuadrilleros de Santa Hermenegilda, que siempre llegaban tarde al lugar de los crímenes. De ellos viene también la expresión castellana: “A buena hora, mangas verdes”.

Una receta del siglo XVIII que se consideraba afrodisiaca era esta:

Puré de ajo con trufas

Los dientes de ajo se pelan y se dejan blanquear en agua, después cambiar el agua para cocerlos. Cocer la misma cantidad de trufas, pasar todo por la batidora y mezclar. Añadir un poco de mantequilla, sal, pimienta y salsa bechamel. Esta salsa se sirve para acompañar carnes y pescados.

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