SAMBENITO
El sambenito, también llamado zamarra, samarreta o san Benito, era el hábito de penitencia que llevaban los herejes condenados en Auto de Fe. También era parte de la condena cuando el penitenciado tenía que lucirlo como signo de infamia durante un período establecido, incluso a perpetuidad.
Los orígenes del sambenito se remontan al Antiguo Testamentos, en el libro de los reyes se puede leer: “Ajab fue condenado a vestir un sayal por haberse quedado con malas artes con la viña de Nabot”. Al principio era de color negro, después fue amarillo y el color negro quedó reservado para los herejes testarudos. Este sambenito medieval llevaba unos adornos de dos cruces a derecha e izquierda, en ocasiones llevaba otra cruz sobre la capucha.
El sambenito de la Inquisición Española utilizó, en lugar de la túnica de siempre, una casulla corta de borra que quedaba por encima de las rodillas. Sobre ella llevaba dibujada, en color negro, la cruz de san Andrés.
El sambenito mostraba la calidad del condenado. El reconciliado de levi lo llevaba liso; el reconciliado de vehementi con la cruz de san Andrés si era un hereje formal, si no había recibido este calificativo, solamente llevaba un trazo oblicuo (media cruz). Los relajados arrepentidos llevaban, además de las aspas, un capirote con aspas rojas; si el arrepentimiento se había producido después de la sentencia se añadían llamas hacia abajo, a las que llamaban fuego revuelto. El relajado impenitente, el que ardería vivo, llevaba unas llamas hacia arriba y entre ellas su propia imagen pintada en medio del infierno.
El que llevaba el sambenito tenía la obligación de lucirlo los domingos y fiestas de guardar. Además debía asistir con él a los actos públicos el tiempo que durase su condena. Cuando ésta terminaba, la prenda se colgaba en la parroquia del condenado, en exposición permanente, con un letrero en el que se escribía el nombre y la calidad de su dueño. Cuando el sambenito se volvía viejo, se renovaba para que el recuerdo de la infamia fuese perpetuo, y para que cuando el hereje muriese, la memoria alcanzase a sus descendientes.
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