MIEL
Durante la Antigüedad la miel endulzó el día a día de los
habitantes de Europa. Antes de industrializarse, los buenos catadores de miel
sabían distinguir no solo el aroma de las flores de donde había sido saboreada
por las abejas, sino también el lugar exacto de donde procedía. En la antigua
Grecia, Pitágoras, que vivió hasta los noventa años, atribuía a la miel su
longevidad y recomendaba a sus discípulos el uso continuo de este alimento.
Demócrito, filósofo griego, aconsejaba untar el cuerpo con
miel por dentro y con aceite por fuera. Su ideal era el ayuno. Los antiguos,
como Plinio y Teofrasto, distinguían tres clases de miel: la primera la miel de
flores o miel ordinaria; la segunda, una especie de rocío o maná que caía de
los árboles y, según decía, existía abundantemente en el Líbano, y la tercera,
procedía de los juncos, puede que de la caña. Esta última miel, convertida ya
en azúcar un poco mal refinado, fue llamada miel india y fue sustituyendo a la
miel auténtica.
La ambrosía era el manjar que se servía en la mesa a los
dioses y el néctar se bebía. Algunos creían que el néctar también se comía y a
Júpiter se lo servía Ganimedes, un joven muy bello por el que Júpiter sentía
ciertas apetencias, convirtiéndose en su amante.
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