26 de octubre de 2016

MIEL


Durante la Antigüedad la miel endulzó el día a día de los habitantes de Europa. Antes de industrializarse, los buenos catadores de miel sabían distinguir no solo el aroma de las flores de donde había sido saboreada por las abejas, sino también el lugar exacto de donde procedía. En la antigua Grecia, Pitágoras, que vivió hasta los noventa años, atribuía a la miel su longevidad y recomendaba a sus discípulos el uso continuo de este alimento.

Demócrito, filósofo griego, aconsejaba untar el cuerpo con miel por dentro y con aceite por fuera. Su ideal era el ayuno. Los antiguos, como Plinio y Teofrasto, distinguían tres clases de miel: la primera la miel de flores o miel ordinaria; la segunda, una especie de rocío o maná que caía de los árboles y, según decía, existía abundantemente en el Líbano, y la tercera, procedía de los juncos, puede que de la caña. Esta última miel, convertida ya en azúcar un poco mal refinado, fue llamada miel india y fue sustituyendo a la miel auténtica.

La ambrosía era el manjar que se servía en la mesa a los dioses y el néctar se bebía. Algunos creían que el néctar también se comía y a Júpiter se lo servía Ganimedes, un joven muy bello por el que Júpiter sentía ciertas apetencias, convirtiéndose en su amante.

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