12 de marzo de 2016

COSTUMBRES EXTRAÑAS (2)


En algunas tribus de indios del Orinoco, en Venezuela, colgaban los cadáveres en una hamaca durante una semana, y con los líquidos que goteaban en el proceso de descomposición, los curanderos fabricaban un licor que, según ellos, tenía propiedades mágicas.

En algunas culturas de la antigüedad se solía enterrar a las personas vivas en los cimientos de las futuras construcciones, para proteger el edificio de futuras desgracias. Dicen que cuando la ciudad de Tavoy, en el sur de Birmania, fue levantada, colocaron un delincuente en el hoyo de cada poste, para alejar a los malos espíritus. Los druidas también utilizaban este rito.

Antes de las batallas, los centuriones romanos se hacían la manicura y se depilaban el vello de las piernas.

En un libro erótico hindú, el Anangaranga, se recomienda a las mujeres que se pinten el rostro con cenizas procedentes de piras funerarias, recogidas dentro de un cráneo humano.

El vello corporal se considera tan obsceno en Japón que, incluso en las revistas eróticas, el vello del pubis se tapa con un rectángulo negro.

En la Grecia Antigua, para saber si una mujer era estéril o no, se colocaba un ajo en la vagina. Si al día siguiente la boca olía a ajo, la mujer era fértil. De lo contrario, se creía que sus conductos vitales estaban cerrados.

La palabra “fornicar” deriva del latín “fornice”, que significa curvatura interior de un arco, ya que bajo las bóvedas de los puentes y callejones era donde se podían alquilar los servicios de las prostitutas romanas.

Los hazdas, pueblo cazador-recolector de Tanzania, tienen como plato estrella la carroña. La consideran un manjar de dioses.

A los indios sirionó del Alto Amazonas, de Bolivia, no les importa mantener relaciones delante de otras personas, sin embargo, se mueren de vergüenza y son castigados duramente sin son sorprendidos comiendo en público.

Las madres de la tribu “pondos” de Sudáfrica están ansiosas de que sus hijos se casen con tantas mujeres como puedan, el motivo es que las recién casadas pasan a ser auténticas esclavas de la suegra.

En los harenes de Sudán, después de perder la virginidad las concubinas a manos de su amos, éstos, para ponerlas a salvo de los eunucos (los que conservaban su órgano reproductor), les colocaban en el interior de la vagina una vara de bambú de 30 centímetros que se sujetaba con correas a las piernas de la mujer.

Las mujeres “arapesh” de Nueva Guinea nunca notan los dolores menstruales. Según parece, esto se debe a que permanecen sentadas en un trozo de corteza de árbol húmeda; el frío y las ortigas con las que se rozan sin querer anulan la sensación de dolor.

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