COSTUMBRES EXTRAÑAS (2)
En algunas tribus de indios del Orinoco, en Venezuela,
colgaban los cadáveres en una hamaca durante una semana, y con los líquidos que
goteaban en el proceso de descomposición, los curanderos fabricaban un licor
que, según ellos, tenía propiedades mágicas.
En algunas culturas de la antigüedad se solía enterrar a las
personas vivas en los cimientos de las futuras construcciones, para proteger el
edificio de futuras desgracias. Dicen que cuando la ciudad de Tavoy, en el sur
de Birmania, fue levantada, colocaron un delincuente en el hoyo de cada poste,
para alejar a los malos espíritus. Los druidas también utilizaban este rito.
Antes de las batallas, los centuriones romanos se hacían la
manicura y se depilaban el vello de las piernas.
En un libro erótico hindú, el Anangaranga, se recomienda a
las mujeres que se pinten el rostro con cenizas procedentes de piras
funerarias, recogidas dentro de un cráneo humano.
El vello corporal se considera tan obsceno en Japón que,
incluso en las revistas eróticas, el vello del pubis se tapa con un rectángulo
negro.
En la Grecia Antigua, para saber si una mujer era estéril o
no, se colocaba un ajo en la vagina. Si al día siguiente la boca olía a ajo, la
mujer era fértil. De lo contrario, se creía que sus conductos vitales estaban
cerrados.
La palabra “fornicar” deriva del latín “fornice”, que significa
curvatura interior de un arco, ya que bajo las bóvedas de los puentes y
callejones era donde se podían alquilar los servicios de las prostitutas
romanas.
Los hazdas, pueblo cazador-recolector de Tanzania, tienen
como plato estrella la carroña. La consideran un manjar de dioses.
A los indios sirionó del Alto Amazonas, de Bolivia, no les
importa mantener relaciones delante de otras personas, sin embargo, se mueren
de vergüenza y son castigados duramente sin son sorprendidos comiendo en
público.
Las madres de la tribu “pondos” de Sudáfrica están ansiosas
de que sus hijos se casen con tantas mujeres como puedan, el motivo es que las
recién casadas pasan a ser auténticas esclavas de la suegra.
En los harenes de Sudán, después de perder la virginidad las
concubinas a manos de su amos, éstos, para ponerlas a salvo de los eunucos (los
que conservaban su órgano reproductor), les colocaban en el interior de la
vagina una vara de bambú de 30 centímetros que se sujetaba con correas a las
piernas de la mujer.
Las mujeres “arapesh” de Nueva Guinea nunca notan los
dolores menstruales. Según parece, esto se debe a que permanecen sentadas en un
trozo de corteza de árbol húmeda; el frío y las ortigas con las que se rozan
sin querer anulan la sensación de dolor.
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