DON PEDRO Y DOÑA BLANCA
A la muerte de Alfonso XI de Castilla subió al trono su hijo
don Pedro (1334-1369), tenía dieciséis años. Acostumbrado a las infidelidades
matrimoniales y a las venganzas sangrientas, no es extraño que a lo largo de su
vida tuviera miles de amantes, fuera violento y cruel, orgulloso y egoísta. Su
apelativo de Pedro El Cruel, le venía muy bien.
Al poco tiempo de subir al trono, cayó enfermo, así que la
reina madre María de Portugal pensara que era hora de buscarle una esposa para
asegurar la descendencia. Entre la reina madre y los consejeros decidieron
buscar en Francia a la candidata a reina. Los franceses ofrecieron como reina
de Castilla a doña Blanca (1339-1361), hija de don Pedro, duque de Borbón y
hermana de la reina doña Juana, esposa de Carlos V de Francia. Se llegó a un
acuerdo y las capitulaciones se firmaron en julio de 1352 y se estableció una
dote de trescientos mil florines de oro. La boda se celebró por poderes, el rey
don Pedro los ratificó y ordenó que trajesen a la nueva reina a España.
Mientras don Pedro se encontraba en León, le presentaron a
una joven por la que se quedó totalmente enamorado, era doña María de Padilla.
No era casualidad el haberla conocido, sino una treta de don Juan Fernández de
Hinestrosa, tío de la joven, para que enamorara al rey, con el propósito de
intervenir y gobernar a través de ella.
El 25 de febrero de 1353, doña Blanca, acompañada del
vizconde de Narbola, llegó a Valladolid. Don Pedro estaba en Torrijos, Toledo,
con doña María y esperaban su primer hijo. La joven también se había enamorado
del rey, por lo que a su tío no le sirvió de nada la trampa.
El valido convenció al rey de la conveniencia de celebrar la
boda con Blanca con toda la grandeza que se merecían los reyes. El 3 de junio
de 1353, en Valladolid se celebró la lujosa boda; ambos llegaron en caballos
blancos a la iglesia, con magníficos vestidos de telas de oro y forrados de
armiño. Nada faltó en esa boda, solamente el amor del rey por Blanca, él sólo
pensaba en su amor, María de Padilla.
A los pocos días, el rey abandonó todo y se fue a reunirse
con María, dejando a su recién estrenada esposa absolutamente sola. Nadie, ni
su madre ni su hermana, consiguieron convencerle de que no se marchara. Hubo un
gran escándalo en el reino. Don Pedro se unió con doña María, y fue tal el
escándalo que incluso la familia de su amor, suplicaron a éste que volviese con
su esposa.
El rey volvió a Valladolid, pero a los dos días abandonó
definitivamente a doña Blanca, a la que nunca volvió a ver. Se volvió a ir con
María. La reina madre, enfadada, se llevó a su nuera a Tordesillas y luego a
Medina del Campo. Al estallar la guerra civil en Castilla, el rey ordena que
sea enviada al castillo de Arévalo y después al Alcázar de Toledo. El escándalo
fue tan grande que se formaron grupos en distintas ciudades (Toledo, Jaén,
Córdoba, Cuenca, Talavera…) para defender a la reina legítima. Llegó un
momento, que por miedo a la ira del rey, los que se habían unido para defender
a doña Blanca, se fueron retirando. En mayo de 1355, la trasladaron al castillo
de Sigüenza, y poco después al El Puerto de Santa María.
El rey envío un mensaje al guardián de doña Blanca, Íñigo de
Stúñiga. En ese mensaje ordenaba que se ajusticiaran a la reina. Don Íñigo se
negó, el rey le desposeyó de todos sus cargos. El rey dándose cuenta de que
ninguno de sus caballeros querría llevar a cabo sus deseos, envió a su
ballestero Juan Pérez de Rebolledo, que sin ninguna clase de escrúpulo mató a
la reina doña Blanca, era el año 1361. Tenía veinticinco años.
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