21 de agosto de 2014

RECETAS MEDICINALES EN LA ANTIGÜEDAD (3)


En el Antiguo Egipto, ya conocían y trataban la diabetes, la llamaban “inundación de orina”. Para tratarla se utilizaba una mezcla de huesos, cebada, granos de trigo, tierra verde de plomo y agua, esta pócima se dejaba reposar, se colaba y se tomaba durante cuatro días seguidos.

Paracelso (1493-1541), alquimista, médico y astrólogo suizo, creía que la diabetes era causada por una sal seca que se agarraba al riñón. Decía que la diabetes no era otra cosa que un exceso de orina y de ganas de orinar, todo ello producido por un exceso de calor en los riñones.

En el siglo XVIII algunos médicos recetaban, para curar la ictericia, comerse tres piojos vivos. Para que pasasen mejor, se podían tomar con leche, aceite o enharinados. Decían que los piojos llegan al estómago, superan el píloro, ya que son resistentes a la acción de los jugos gástricos, y entran en el duodeno, haciendo cosquillas en sus paredes y provocando unas contracciones en la pared duodenal que favorece el flujo de bilis, desbloqueando las vías biliares. Ese cosquilleo se producía porque los piojos estaban vivos. Los médicos tenían personas que se dedicaban a cazar los piojos.

Los árabes profanaban las momias para elaborar medicinas muy caras para curar la anemia, las úlceras, los dolores de cabeza, etc. Como no había muchas momias, empezaron a fabricarlas a partir de cadáveres que robaban en los cementerios. Vendían la medicina se vendía en frascos pequeños que contenían un trozo de carne humana aromatizada con sustancias (aceites, perfumes, etc.). Las momias egipcias fueron utilizadas para la fabricación de drogas para la farmacopea europea hasta el siglo XVIII. Estos médicos recetaban polvo de momia para curar enfermedades.

En la antigüedad, las hernias crurales se trataban con la castración; podía extirparse un testículo, los dos o todos los órganos sexuales.

En el siglo XIX algunos médicos se dieron cuenta que cuando un enfermo de Parkinson viajaban en carruaje o en tren, el vaivén les aliviaba. Entonces aplicaban un tratamiento que consistía en sentar a los pacientes en unas sillas que llamaban “sillas tranquilizadoras”. Estas sillas giraban a cien revoluciones por minuto.


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