SACRIFICIOS SANGRIENTOS EN LA ANTIGÜEDAD (2)
En el canto XI de “La Odisea”, se muestran las virtudes
oraculares que tiene la sangre sobre las almas de los muertos que viven en el
reino de Hades. Para que un muerto del infierno hable ante un vivo, éste tendrá
que ofrecerla su dosis de sangre.
En cambio, en muchas culturas existe verdadero terror con la
sangre menstrual. Cuentan que un indígena de Australia murió de miedo porque su
mujer se había acostado en su cama y sobre su manta mientras tenía la
menstruación. En las culturas monoteístas también existe ese tabú.
En los tiempos bíblicos existía esa prohibición que se
castigaba con el destierro: “Si uno se acuesta con una mujer mientras tiene
ésta el flujo menstrual y descubre su desnudez, su flujo y ella descubre el
flujo de su sangre, serán ambos borrados de en medio de su pueblo”. (Lev.20, 18).
Los antiguos habitantes de Escandinavia sacrificaban a sus
hijos varones cuando se producían epidemias de peste. Los escitas degollaban al
20% de sus prisioneros de guerra en el altar de Marte. En Egipto hasta el siglo
VI a. C., se inmolaba a tres hombres a Ammon Ra para que el ciclo de las
estaciones siguiera repitiéndose.
En México sacrificaban a personas de todas las edades para favorecer
el crecimiento del maíz, recién nacidos en el momento de la siembre, niños un
poco mayores cuando el grano había brotado, ancianos antes de la cosecha.
Los griegos degollaban cien toros para conseguir la buena
voluntad del panteón de Zeus antes de iniciar alguna guerra. En Roma, después
de realizadas las hecatombes (sacrificio de cien animales) de toros y carneros,
los emperadores, también ofrecían en sacrificio las simbólicas águilas
imperiales y también las fieras del circo romano.
Al demonio Tifón se le entregaban las vidas de hombres y
mujeres pelirrojos. A la diosa fenicia Astarté se le ofrendaban niños, y a la
Triple Diosa, ovejas negras que las sacerdotisas descuartizaban con sus propias
uñas.
Los magos persas de Jerjes enterraron vivos a nueve parejas
de adolescentes, la noche antes de su batalla contra los griegos. El griego
Ereeteo, sacrificó a su propio hijo a los dioses del infierno para que lo
guiaran en el combate. Sus compatriotas premiaron este gesto nombrándolo: “Héroe
y semejante a los dioses”.
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