ORIGEN DEL AJO
El ajo ya se conocía hace 6.000 años. Se cree que su origen
es el desierto de Siberia y que las tribus nómadas lo llevaron a Egipto a
través de Asia Menor. De allí viajó a la India a través de las rutas
comerciales que se dirigían al Lejano Oriente, después llegó a Europa
occidental.
Los mercaderes fenicios y los marineros vikingos lo llevaban
en sus viajes para fortalecerse y tratar muchas enfermedades. Para culturas
como la india, la babilónica, la griega, la egipcia, la rusa, la hebrea y la
china, el ajo era muy importante en su vida, tanto como la sal. Los chinos,
según contaba Marco Polo, utilizaban el ajo para conservar la carne cruda.
En el antiguo Egipto por 7 kilos de ajo se compraba un
esclavo. Hasta mediados del siglo XVIII, los siberianos pagaban sus impuestos
con ajo; quince cabezas por hombre, diez por mujer, y cinco por cada niño.
Para el pueblo egipcio el ajo representaba al Cosmos, la
piel exterior, las distintas fases del cielo y del infierno, y la disposición
de los dientes, el sistema solar. Comer ajo simbolizaba la unión del hombre con
el Universo, ya que nutría el cuerpo y el espíritu. También los utilizaban en
el proceso de momificación y lo enterraban con sus muertos. En la tumba de
Tutankamón se encontraron seis dientes de ajo.
Cuando se generalizó su empleo, el ajo fue un indicador de
las clases sociales. Los aristócratas y el clero lo despreciaban, en cambio,
las clases menos pudientes lo valoraban tanto como alimento, como medicina.
Raspail, autor francés, lo llamó “el alcanfor de los pobres”.
Durante la epidemia de Inglaterra en 1608, unos sacerdotes
franceses visitaron a los enfermos y no se contagiaron gracias al ajo. Los
sacerdotes ingleses, que no lo tomaron, murieron.
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