RELOJES
El rey Eduardo VII de Inglaterra estableció la costumbre de mantener adelantados media hora todos los relojes de Sandringham, la residencia real. Quería que sus invitados se levantaran temprano, cuando era mejor la caza. En 1936, cuando Jorge V, su hijo, yacía agonizante en Sandringham, se cometieron varios errores de discrepancia entre la hora astronómica y la de Sandrigham. El príncipe de Gales, que pronto sería Eduardo VIII, ordenó, enfadado, que los relojes fueran puestos inmediatamente de acuerdo con el Tiempo Medio de Greenwich. Un relojero local tardó de medianoche al amanecer para realizarlo.
El subsuelo de Paris es único. Un sistema de tuberías, de 966 kilómetros de longitud, proporcionaba aire comprimido a hogares y comercios. Servía para muchos fines, pero fue construido originalmente para hacer funcionar los relojes y elevadores.
Aunque jamás había visto un reloj, Benjamín Banneker (1731-1806) pudo hacer, en 1754, uno que funcionó exactamente durante veinte años. Banneker fue matemático, astrónomo, inspector del Distrito de Columbia y editor de almanaques.
Hooke (1635-1703) fue considerado el mecánico más grande de su época, y uno de los microscopistas más eminentes. Fue un experimentados muy ingenioso y capaz de casi todos los campos de la ciencia. El descubrimiento de Hooke, de lo que ahora es llamado el pelo, hizo posibles los relojes pequeños y precisos y, al eliminar el voluminoso péndulo, perfeccionó al máximo los relojes de pulsera y los cronómetros de barco. Acuñó la palabra células al descubrir la estructura porosa del corcho, y realizó algunos de los dibujos más bonitos jamás hechos sobre observaciones microscópicas, particularmente de insectos, escamas de peces y plumas. Cuando Londres fue destruido por el Gran Incendio de 1666, Hooke se ocupó en proyectos de reconstrucción y jamás volvió a su microscopía.
Relojes de flores proporcionaban un medio único y decorativo de saber la hora en los jardines oficiales de la Europa del siglo XIX. Se plantaban una serie de arriates para formar la cartátula de un reloj; cada uno de ellos representaba una hora del día. Se plantaban en los arriates flores que se sabía que se abrían o cerraban a las horas prescritas. En un día soleado, podía determinarse la hora en un reloj de flores con una aproximación de una hora.
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