UN POCO DE TODO-3
El naturalista francés George Cuvier (1769-1832) se burlaba
de los campesinos, que decían que en sus campos caían del cielo enormes
piedras, les decía que las piedras no pueden caer del cielo, porque en el cielo
no hay piedras. La naturaleza se encargó de darles la razón a los campesinos,
en 1803 cayeron del cielo unas dos mil piedras en un pueblo de Francia. Antes
de Cuvier, el químico francés Antoine Laurent de Lavoisier (1743-1794) había
negado la posibilidad de que cayesen piedras del cielo, e incluso la propia
Academia de Ciencia francesa, en 1878, había prohibido que se tratase un asunto
tan ridículo.
El escritor valenciano Juan de Timoneda (1518-1583) llegó a
hacer una lista de las seis mayores necedades que el hombre podía realizar, y
junto a cosas como tomar el dinero sin contarlo o comenzar algún camino en
ayunas, incluía el de estando en la cama con la mujer, pedirle permiso para
gozarla.
El secreto de la marquesa de Maintenon (1635-1719) para
seducir a su amante Luis XIV, con el que más tarde contrajo matrimonio
morganático y secreto, fueron las chuletas de ternera. La señora aseguraba que
esta carne, aderezada con clavos, albahaca, anchoas y un chorrito de coñac, es
un reclamo sexual al que pocos hombres pueden resistirse.
El escritor francés Emile Zola (1840-1902), el mejor representante
de la corriente literaria naturalista, fue calificado de “nulo para la
literatura” en el examen de bachillerato.
El médico francés Feferé prohibía contraer matrimonio a
todas las mujeres cuyas caderas no sobrepasaran las catorce pulgadas de diámetro
sacro-ventral en el límite superior, en su opinión, no eran aptas para la
gestación.
En Inglaterra, desde el silgo XV hasta el XVII, se pensaba
que el color rojo era útil para los enfermos. Para reducir la fiebre, los
pacientes eran vestidos con batas rojas y rodeados por tantos objetos rojos
como fuera posible.
El médico holandés Willem Ysbrandtszoon Bontekoe
(1587-1657), llevado por su afición a la infusión de té, llegó a afirmar que,
para estar sano, se debían tomar de doscientas a trescientas tazas de té
diarias.
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