HISTORIAS DE JUAN XXIII
En 1965 el papa Juan XXIII peregrinó a Loreto para ver la
llamada Santa Casa y que según la traición es la misma en la que vivió la
familia de Jesús. Según cuentan ésta fue llevada a Loreto en el año 1924
durante el pontificado de San Celestino.
Juan XXIII era famoso por hablar en sueño y tener constantes
pesadillas. Según sus ayudantes, el papa tenía pesadillas debido a las
presiones de su cargo.
Su herencia estaba formada por dos objetos. Una pluma
estilográfica que le regaló a su médico privado, el doctor Piero Mazzoni en su
lecho de muerte por los servicios prestados y una cruz que llevaba siempre
colgada el papa y que le regaló al cardenal Franz Köenig, arzobispo de Viena.
El pontífice iba a celebrar una misa importante en San Pedro
y el Vaticano necesitaba energía eléctrica. Los trabajadores italianos del
sector estaban de huelga. El papa pidió a su secretado de Estado que convocase
en el Vaticano a los líderes de la huelga. Los cinco sindicalistas se
presentaron en la Santa Sede en donde el propio Juan XXIII les pidió que por
favor suspendiesen la huelga por el corto espacio de tiempo que duraba la
ceremonia ya que necesitaban energía eléctrica. Los cinco hombres aceptaron y
la plaza de San Pedro apareció aquella noche iluminada mientras Roma seguía a
oscuras.
El sastre del Vaticano tiene siempre preparado durante la
celebración del Cónclave para elegir al nuevo papa, tres hábitos blancos de
talla pequeña, mediana y grande. el problema fue que el cardenal Angelo
Giuseppe Roncalli era bastante grande y el hábito grande le quedaba apretado.
Tan apretado que incluso no podía levantar el brazo para dar la bendición en la
plaza de San Pedro. Un día contando la anécdota, el propio papa llegó a decir:
“Todos querían que fuese papa, menos el sastre del Vaticano”.
Cuando era un niño, el pequeño Angelo Roncalli no era muy
aplicado en la escuela. Sus notas no eran muy brillantes. Años después el latín
se convirtió en su primer enemigo, según dijo años después el ya papa Juan
XXIII.
Juan XXIII solía acostarse a las diez de la noche y se
levantaba a la una de la mañana. A esas horas se dedicaba a leer y escribir.
Sus principales encíclicas las escribió de madrugada. Sobre las seis de la
mañana dormía media hora y después se reintegraba a sus actividades.
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