MADAME D'AULNOY OPINA SOBRE LOS CRIADOS EN ESPAÑA
Marie-Catherine le Jumelle de Barneville, baronesa d’Aulnoy
(1651-1705) fue una escritora francesa, es conocida por sus cuentos de hadas y
por sus relatos de su viaje a España, que fue escrito en el año 1679. Sobre los
criados dice:
“No es sorprendente el crecido número de subalternos, porque
lo determinan dos razones: la primera, remunerarlos para alimento y salario con
sólo dos reales y medio al día, equivalentes en total a siete sueldos y medio
franceses, mientras los extranjeros les han de pagar a cuatro. A los
gentilhombres se les abonan no más de quince escudos al mes, obligándolos a
vestir de terciopelo en invierno y de tafetán en verano, con lo cual se han de
alimentar los infelices de ajos, guisantes y comistrajos por ese estilo,
echando fama los pajes de ser más ladrones que urracas, aunque verdaderamente
no les van en zaga lo de otros oficios. Los españoles, en general, asombran
tanto por su sobriedad cuando han de pagar la comida como por su glotonería
cuando se nutren a costa ajena.
Abundan en las esquinas de calles y plazas las cocinas
públicas que consisten en grandes calderos, montados sobre trébedes
calefactoras. No se encuentran allí sino alimentos tales como habas, ajos,
cebollas y un poco de caldo de cocido en el que se empapa el pan. Acuden a
comprarlo criados de todas las categorías, incluso gentilhombres y azafatas,
porque lo normal es que en cada casa se aderece comida únicamente para los años
y sus hijos. En el beber son todos muy morigerados; las mujeres no prueban el
vino; a los hombres les casta cuartillo diario y la mayor ofensa que se puede
inferir a un español es llamarle borracho.
La segunda causa del exceso de servidumbre consiste en
heredar el hijo los criados del padre, aunque pasen de ciento y tenga él otros
tantos. Si la fallecida es la madre, entran las criadas al servicio de la hija
o de la nuera, y esta norma se aplica de generación en generación, porque a los
nacidos en la casa no se los despide nunca. Se reduce la obligación de casi
todos ellos a comparecer de cuando en cuando para acreditar que existen y
prestar entonces algún minúsculo servicio.
En mi reciente visita a la duquesa de Osuna me llamó la
atención el gran número de doncellas y dueñas que vi en los salones al pasar.
Le pregunté por curiosidad cuántas criadas tenía y me contestó que solamente
trescientas, por haberse reducido a ese número el poco anterior de quinientas.
La pragmática prohíbe sacar más de dos lacayos, sin otras
excepciones que los embajadores y extranjeros de paso. Hay pues, quien sostiene
cuatrocientas o quinientas personas, de las cuales solo tres le pueden
acompañar cada vez. La tercera es un caballerizo, obligado a caminar junto a
las bestias para impedir que los tiros largos se enreden en sus patas. Por lo
común son todos ellos hombres maduros de hasta cincuenta años, mal encarados,
macilentos y sucios. Gentiles hombres y pajes van en la carroza de escolta,
vestidos siempre de negro; los últimos no llevan espada, sino un puñalete
oculto”.
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