HISTORIA DE LOS CAFÉS DE PARÍS
Los cafés tal como los conocemos hoy en día datan del siglo
XVIII. Anteriormente las tabernas de París no tenían nada de elegantes; unas
toscas mesas de roble, unas sillas de paja, unos vasos de estaño de forma
cónica, las paredes desnudas, con algunos cuadros toscamente pintados, algunos
buenos, dejados en prenda por algún artista miserable. El dueño, un tunante con
un gorro de algodón blanco ladeado, un delantal y el cuchillo de trinchar al
cinto.
La imagen de un cabaret en tiempos de Luis XIV, escondido en
un sórdido y oscuro callejón, allí acudían literatos como Racine, Molière y
Boileau, donde discutían de política y literatura.
Los más célebres cafés de París que desempeñaron un papel en
la historia de los cafés parisinos fueron el café Procope, que dio a conocer a
los parisinos los helados italianos y el café Tortoni, que fue parecido; el de
la Regencia, punto de reunión de Voltaire, Rousseau y Diderot; el de Valois,
centro de los monárquicos a principios del siglo XIX, y el de Lemblin, local de
los bonapartistas después de la caída del Imperio.
El café de Foy, establecido en las galerías del Palacio
Royal, evoca la figura de Camille Desmoulins. Se puede decir que en él nació la
revolución de 1789, y durante el furor de ésta más de una vez en sus locales
celebraron sus sesiones los jacobinos, girondinos y robespierristas, sesiones
que a menudo se convertían en tragedias.
El café Lemblin, establecido igualmente en el Palacio Royal,
acaparó todas las glorias del tiempo de la Restauración. Cuando los ejércitos
coaliados contra Napoleón I en 1815 invadieron a Francia todos estos ejércitos,
representados por sus oficiales rusos, prusianos, austríacos, etc., se
enfrentaban con los oficiales de Waterloo.
Por la noche el café Lemblin ofrecía un ambiente guerrero y
amenazador, por las tardes transcurrían en calma. En vez del general Cambronne,
Dulac, Sauzet y otros, se congregaban en torno de las mesas serios magistrados
y acompasados académicos a tomar té o chocolate. Allí acudían Jony, Ballanche,
Boeldieux, el autor de La Dame Blanche; Maintainville, el folletinista y
crítico del Journal Paris, y el célebre Brillant-Savarin que, acompañado de su
inseparable perro, sentado en un sofá, meditaba su Physiologie du Gôut.
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