3 de mayo de 2015

LA MUERTE EN LA ANTIGÜEDAD


Los enterramientos más antiguos que se conocen, en los que se celebraban con ceremonias, datas del cuarto milenio a. C. En la mayoría de los ritos y ceremonias funerarios, el mayor temor era que el espíritu del fallecido pudiera regresar.

Los sumerios amortajaban a sus difuntos, metiéndolos en cestos trenzados de junco. En los pueblos noreuropeos se ataba el cuerpo del fallecido después de decapitarlo y de amputarle los pies, pensaban que así evitarían que los muertos persiguieran a los vivos.

Entre los pueblos mediterráneos antiguos empezó la costumbre de enterrar a los muertos lejos del poblado. De esta manera se pretendía engañar al difunto para evitar su regreso al pueblo. Para evitarlo más y mejor, daban varias vueltas por los alrededores para despistar al muerto.

En algunas culturas antiguas se sacaba el cadáver por la parte trasera de la casa, abriéndose un boquete en la pared por el que se sacaba el cuerpo del fallecido, orificio que era tapado inmediatamente después del entierro. Así, el difunto no sería capaz de volver de nuevo al hogar.

El uso del ataúd tiene su origen en todos esos miedos, para mayor seguridad se empezó a encerrar al difunto en una caja de madera y clavar la tapa, con una gran cantidad de clavos. Para mayor precaución se cegaba la entrada de la tumba, o se la cubría con una pesada losa, de ahí viene el origen de la lápida. La mayoría de pueblos de la antigüedad no se acercaban jamás al lugar de reposo de los muertos, creían que serían arrastrados al Más Allá.

Con el luto se pretendía evitar que el alma del muerto penetrara en el cuerpo de los familiares, intentaban borrar la propia imagen para así despistar al alma errante. El velo negro y largo que llevaban las viudas, era una especie de máscara, para ahuyentar el espíritu del marido. En algunos pueblos primitivos, el luto se expresaba y, se expresa, con el color blanco. Se pintan con yeso todo el cuerpo, con esa pintura se desorientaba al difunto y a los espíritus.

En la Antigua Roma se enterraba a los difuntos al atardecer, de esa manera despistaban al fallecido. Llevaban antorchas y al llegar al cementerio ya se había hecho de noche.

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