SACRIFICIOS DURANTE LA GUERRA DE LAS GALIAS

Durante la Guerra de las Galias muchos acontecimientos dieron lugar a sacrificios. Diversos sacrificios según el dios en honor del cual se realizaban.

Cuando una víctima era inmolada en honor de Tutatis, dios de la guerra y de los pueblos, se le ahogaba en un tonel de agua. El dios Esus, otro dios de la guerra muy sanguinario, era honrado mediante el ahorcamiento de sus víctimas.

Para honrar a Taranis, dios del cielo y del trueno, se encerraba a los sacrificados en un inmenso maniquí de mimbre o heno que era colocado sobre una hoguera, a la que un druida prendía fuego, los inmolados eran voluntarios, criminales o prisioneros de guerra, cuando no había donde elegir, se inmolaba a cualquiera.

La partida a la guerra era otra ocasión para celebrar esos ritos. En ese momento intervenía un personaje clave de la sociedad gala: la adivina o sacerdotisa, encargada de sacrificar a una víctima, en su origen un prisionero, antes del combate, con el fin de averiguar su desenlace.

La oficiante hacía subir a su víctima por una escalera hasta el borde de un inmenso caldero y la apuñalaba, haciendo brotar la sangre. Al coagularse, ésta dejaba marcas en el interior del recipiente que la adivina se encargaba de interpretar. El color, la consistencia y la dirección de las huellas sangrientas se transformaban en señales proféticas.

Cuando eran difíciles de interpretar, la sacerdotisa repetía la operación con otra víctima y continuaba asó mientras lo consideraba necesario. La sangre de las distintas víctimas se acumulaba al fondo del caldero, permaneciendo líquida. Cuando reunía una cantidad suficiente, la mujer tomaba un cucharón y salpicaba con él a los guerreros presentes, que excitados por la ceremonia estaban listos para morir en combate.