30 de marzo de 2018

CIUDADES



Reykjavik, la capital de Islandia, está calentada por manantiales termales subterráneos. Es probablemente la ciudad capital más limpia del mundo.

En la época de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, Filadelfia únicamente era inferior a Londres como la ciudad de habla inglesa más grande del mundo.

Cuando los planos de Pierre l’Enfant para la “Ciudad Federal” se perdieron, Benjamín Banneker, un negro liberto de Maryland, los recordó al detalle, y al hacerlo, pudo haber creado la disposición en parrilla de calles cortadas por avenidas diagonales que divergen del Capitolio y la Casa Blanca. Luego la capital fue trazada por Andrew Ellicott.

De los siglos X a XV, cuando París y Londres eran poblaciones desvencijadas, con calles de lodo y chozas de madera, había en Oriente una ciudad regia que era rico en oro, llena con obras de arte, brillando con hermosas iglesias, muy activa comercialmente, la maravilla y admiración de quienes la veían. La ciudad era la capital del Imperio Romano de Oriente, Constantinopla.

Existen tantas cámaras huecas de minas, llamadas vacíos, en el subsuelo de Scranton, Pennsylvania, que la Secretaría de Minas del Estado sugirió en 1970 que sería más económico abandonar la ciudad que llenar los huecos.

Bagdad fue en otro tiempo la ciudad más grande del mundo. Tenía una población de dos millones y era incluso más grande que Babilonia en su apogeo. El período más encantado y legendario de Bagdad se inició en el año 786 de nuestra era, cuando Harún al-Rashid, o Aarón el Justo, ascendió al trono.

La ciudad de México, conocida como Tenochtitlan cuando fue invadida por Cortés en 1519, era un ciudad blanqueada, cubierta de flores, cinco veces más grande que el Londres de la misma época.

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