10 de agosto de 2017

PICASSO Y LAS SEÑORITAS DE AVIGNON


Durante su estancia en Barcelona, un muy joven Pablo Picasso era asiduo a los burdeles de la calle de Avinyó, despertando lo que más tarde sería una vida sexual muy activa y desenfrenada que le duró toda su vida. En la memoria del pintor quedó todo lo que vio en esa primera visita a un burdel, trasmitiéndolo y convirtiéndolo en una obra sublime.

Entre los meses de junio y julio de 1907 Picasso pintó un cuadro al óleo sobre lienzo reproduciendo aquellos recuerdos. Antes, como era su costumbre, realizó numerosos apuntes de pequeño tamaño sobre algunos detalles de su idea y también varios bocetos más grandes con figuras distintas a las del resultado final.

La pintura enorme, casi dos metros y medio de cada lado, que representa a cinco prostitutas en actitudes nada provocativas, descansando en un intermedio de su trabajo. La obra es un conjunto de planos angulosos, no hay ni fondo ni perspectiva, las formas delimitan con líneas de claroscuro, los colores son monótonos predominando los ocres con algunas pinceladas blancas, azules y rosas.

Picasso no solía poner titulo a las obras que pintaba, si lo hacía era mucho tiempo después de terminarlas, y a veces eran los que primero la contemplaban los que sugerían el título. Esto sucedió en esta ocasión, se lo enseñó a un grupo reducido de amigos, que quedaron sorprendidos y admirados por lo que contemplaban. Uno de ellos, el escritor Apollinaire, propuso el título de “El Burdel filosófico”. Otro el poeta André Salmón, lo quiso llamar “Les demoiselles d’Avinyó”, utilizando el nombre de la calle Avinyó de Barcelona donde se encontraba el burdel, que más tarde se transformó, por arte de magia en la ciudad francesa de Avignon y el titulo de “Les Demoiselles d’Avignon”.

El cuadro permaneció en su estudio de Paris varios años. En 1916 se expuso por vez primera en la Galerie d’Antin de Paris. La exposición duró poco y el cuadro volvió a su estudio hasta que a principios de los años veinte lo compró el marchante Jacques Doucet y fue exhibida en 1925 en el Petit Palais. En 1937 lo compró en Paris Germain Seligmann, por 150 000 francos. Un tiempo después el cuadro fue comprado por el Museo de Arte Moderno de Nueva York que pagó por él 28 000 dólares obtenidos de varias donaciones. Todavía continúa allí.

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