LA CORTE DE LUIS XIV

Para Luis XIV de Francia (1638-1715), el Rey Sol, las fiestas y ceremonias nunca fueron una forma de diversión, sino una forma de seguir “trabajando”. Los carroussels y ballets de cours, las fiestas, jornadas y paradas militares para los cortesanos, una gran muestra de imágenes, símbolos y gestos con los que realzar el brillo de la monarquía, o dar publicidad a sus éxitos. En estos actos, el rey aparecía ante sus súbditos representando los más variados personajes.

La corte del Rey Sol, sabiamente dirigida por el rey, acabó transformándose en el espacio para la domesticación de la alta nobleza francesa. Los nobles se trasladaron a ella con el reclamo de una vida llena de lujo y fiesta, obligándoles a permanecer allí con el fin de obtener el favor real estimulándoles a mantener unos grandes gastos.

Para ello se tuvo que aumentar las Casas del rey, la reina y los príncipes, con el fin de que cada vez hubiera un mayor número de cargos y empleos que la nobleza pudiera desempeñar. Los cortesanos acabaron convirtiéndose en ministros del culto monárquico. Si permanecían al lado del rey, seguían teniendo prestigio social y, en muchos casos, la salvación económica de sus casas o la conservación de sus linajes.

Esta corte se regía con una complicada etiqueta. El rey utilizaba gran parte de sus actividades diarias, incluso las privadas, para diferenciar el rango y repartir distinciones. Cada acto servía para glorificar al soberano, pero también para indicar el rango y la posición que cada persona ocupaba dentro de la sociedad cortesana.

Durante los primeros veinte años del reinado de Luis XIV, la corte fue itinerante. Raramente residía en los palacios de la capital, el Louvre o las Tullerías. La mayor parte del año la pasaban entre Fontainebleau, Sain-Germain o Chambord. Hasta que el monarca decidió la construcción del palacio de Versalles.

La corte se trasladó a Versalles en la primavera de 1682. Allí las ceremonias oficiales y las fiestas conservaron su brillo, pero se hicieron aburridas.