14 de marzo de 2014

MUERTOS QUE NO LO ESTABAN


El 10 de agosto de 1748 a las cinco de la mañana llamaron al doctor Rigadeaux, para asistir al parto de una señora que vivía en los alrededores de Douai (Francia). El médico no pudo ir hasta las ocho de la mañana, y cuando llegó la mujer había muerto sin llegar a dar a luz. Con sus manos, sin utilizar ningún instrumento médico, extrajo al bebé, muerto.

Después de tres horas de intentar reanimar al bebé, cuando ya pensaba que no había nada que hacer, el recién nacido empezó a respirar, volviendo a la vida. Hacía siete horas que la madre había muerto, a pesar de eso, al doctor le llamó la atención que no la señora no tuviera rigidez cadavérica. Ante la duda, ordenó que no la enterrasen hasta que el cuerpo no estuviera rígido. Mientras tanto recomendó que le golpeasen el hueco de las manos y le frotasen con vinagre la cara, los ojos y la nariz. A las dos horas la madre también volvió a la vida.

Un tal doctor Goudard escribió que en el año 1885 fue avisado a las cuatro de la madrugada para ir a casa de un paciente, de unos sesenta años, que había muerto, al que él había visitado hacía unos días a causa de una neumonía doble. Durante una hora hizo lo que pudo para volverle a la vida, al no conseguirlo, empezó a redactar el parte de defunción.

Antes de marcharse pensó en volver a ver al señor y aplicarle el “Martillo de Mayor” (Consiste en la aplicación, sobre el pecho, de un martillo que se ha calentado en agua hirviendo) hasta quemar profundamente la piel de la región del pecho. Al instante notó que movía los párpados, siguió estimulándolo, y en pocos minutos volvió a vivir.

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